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Con la nevada, llegó el desastre. Se llevaba fraguando tiempo, en realidad. Filomena ha dañado un tercio del arbolado gestionado por Madrid capital, lo que engloba a calles y parques como El Retiro o la Casa de Campo (1.700 hectáreas). Esto, en números, se traduce en 600.000 de los casi 1,8 millones de ejemplares torcidos, caídos, rajados o malheridos tras el temporal del siglo, según datos del Ayuntamiento.

La nieve ha provocado una especie de selección natural que los expertos llevaban avisando tiempo, pues la capital española tenía alrededor de 500.000 árboles viejos, enfermos o que pertenecían a especies que no se habían adaptado bien a la ciudad, bien sea por el clima, por las podas inadecuadas o por un arraigo al suelo deficiente.

¿Son esos ejemplares los que han sufrido ahora? No tiene por qué. Los factores son múltiples, según los expertos, que se afanan ahora en estudiar, pensar y analizar un fenómeno que ha provocado una de las imágenes más dantescas que recuerdan. “No hay que dejarse llevar ahora por el efecto cisne negro, es decir, en pensar en la probabilidad de lo improbable”, explica Enrique Figueroa, catedrático de Ecología en la Universidad de Sevilla que lleva 30 años estudiando el cambio climático.

Nevada en Madrid

La gran nevada ha dejado devastada la ciudad en solo dos días. Y los integrantes de la Mesa del Árbol —como se llama a los encuentros instaurados con el anterior Gobierno de Manuela Carmena entre expertos, técnicos, ecologistas e incluso vecinos— se han reunido con carácter de urgencia. Hay que analizar qué ha pasado, por qué y cómo actuar ahora. Todos coinciden en lo importante: calma.

No hay que tomar decisiones precitadas. No habrá una Filomena cada año, repiten. Es más, todos los estudios demuestran un futuro en Madrid cada vez más seco, más caluroso y más extremo.

“La nevada ha sido extraordinaria, pero las olas de calor son cada vez más intensas en toda España, por eso hay que buscar árboles que sufran menos”, plantea Álvaro Enríquez de Salamanca, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Colegio de Ingenieros Técnicos Forestales. Desde 1975 se han registrado 62 de estos fenómenos, de los que 23 se han producido en la última década, según datos de la Aemet.

Los árboles son seres vivos que sufren, o no, dependiendo de cómo se gestione su crecimiento. “Esto se veía venir por la inclinación que tenían algunos, como ha pasado con los pinos de los jardines adyacentes al Templo de Debod. Madrid tenía todas las papeletas para no soportar esa nevada, había muchos ejemplares deteriorados”, admite Juan García Vicente, de Ecologistas en Acción.

Años 70 y 80

En los años 70 y 80, tras la época del desarrollismo en el extrarradio, se empezó a sembrar sin tener en cuenta el ecosistema. Eran otros tiempos. Y primaba lo ornamental, que crecieran rápido y dieran buena sombra. De esa manera empezaron a multiplicarse los cipreses de Arizona, los olmos siberianos o los arces Negundos. Pero no son las únicas especies que a día de hoy acompañan a una ciudad variopinta como Madrid.

Antes de la nevada, el pino piñonero era el tipo de árbol más común (27,1%), seguido de la encina (16,7%), ambos de hoja perenne, y el plátano de sombra (7,2%), de hoja caduca. Eso ha sido determinante para comprender lo que le ha pasado a algunos árboles que han sufrido con la nevada y no tenían por qué estar enfermos: al no mudar la hoja y tener la copa a modo de paraguas, la nieve se ha acumulado por kilos hasta someter al propio ejemplar.

Ha sido, también, la falta de costumbre, como ha ocurrido en el Real Jardín Botánico donde se han caído ramas de pinos y cedros de 200 kilos. Estaban acostumbrados al sol espléndido del oeste, y las ramas no están acostumbradas a soportar esos pesos. Otro cantar sería si estuvieran en Oslo.

Árboles

Pero los árboles de hoja perenne no han sido los únicos damnificados, al menos no ahora, por la tormenta. En Madrid es común ver ejemplares de copa ancha, como los plátanos, que intentan crecer en calles estrechas y acaban chocando con las casas y entre ellos.

La solución para paliar ese problema ha sido la de someterlos a podas excesivas que provocan que suban, pero sin la amplitud que deberían adquirir de forma natural. Y se acaban convirtiendo en “árboles chupachups que aportan pocos servicios”, describe Ignacio Fernández-Calvo, especialista de SEO/Birdlife en jardinería urbana y biodiversidad.

“Es importante estudiar bien cada zona, saber la fisiología de los árboles para saber si van a crecer bien o mal. Y también hay que tener en cuenta el ecosistema para valorar bien qué se debe plantar en cada sitio a partir de ahora”, analiza Figueroa, que lamenta que, en general, todavía se siguen criterios antiguos. “Hay que dejar trabajar a los técnicos y los expertos. Un error político puede llevar a la gente a la muerte por contaminación”, avisa. Y sobre todo, darle la importancia al arbolado que merece.

Naciones Unidas lanzó un llamamiento en octubre de 2019: más árboles en las ciudades para frenar las emisiones de CO2, principal gas de efecto invernadero. Los árboles, en esa misión, juegan un papel esencial. Pero, ¿qué especies se plantean los expertos? Porque deben aguantar los embates del cambio climático y seguir en pie dentro de 30, 40 o 50 años.

Los árboles son una pieza fundamental en Madrid

“Los árboles son una pieza fundamental de lo que llamamos infraestructura verde, conservan la biodiversidad y ofrecen unos servicios asociados a la calidad de vida entre los que está la mitigación de las consecuencias del cambio climático. Nos hacen de paraguas con lo que tenemos alrededor”, explica Joan Pino, director del CREAF, un centro de investigación público en la Universidad de Barcelona especializado en ecología terrestre y análisis del territorio. Aunque, recuerda, “no por el hecho de plantar muchos árboles el cambio climático se va a solucionar”.

No hay varita mágica, aunque se puede intentar que las decisiones que se tomen a partir de ahora sean las más adecuadas. Para ello, es imprescindible “realizar un estudio a fondo de la climatología local y conocer qué objetivo se busca con las plantaciones”.

Por ejemplo, si se pretende construir una pantalla en una autovía se necesitarán árboles de hoja ancha, que crezcan rápido y caducas para que la carbonilla procedente del tráfico que se queda en las hojas caiga con ellas. “Es una mezcla de potenciar la biodiversidad, pensar qué servicios ambientales queremos que nos den, sus exigencias ecológicas y criterios paisajísticos, no es fácil”, sostiene.

Corina Basnou, científica del mismo centro y doctora en Biología, advierte de la tentación de tomar decisiones precipitadas. “Lo que no se puede hacer es renunciar a los árboles porque puedan producir algún daño de vez en cuando. En caso de vientos muy fuertes y nevadas, si la propia ciudad no está adaptada a estos eventos sería difícil esquivarlos, pero de ninguna manera diría que hay que podar más o tener menos árboles porque esto puede hacer que pase una desgracia”, alerta.

Riesgo cero

Una visión que corrobora el especialista de SEO/Birdlife. “Las Administraciones tienden a veces a buscar riesgo cero y si se realizan podas agresivas para que no caigan ramas, igual hay más peligro de que se desplome un árbol porque es una fuente de infección y debilitamiento para ellos”, apunta. Los árboles, continúa, aportan servicios ambientales que filtran la contaminación.

“En Madrid es especialmente importante dada la problemática que hay, la absorción de gases de efecto invernadero, refrescar un entorno dominado por el asfalto y el hormigón para evitar el efecto isla de calor, estos servicios se incrementan con el tamaño y la edad del arbolado”.

En un estudio realizado por el Ayuntamiento de Madrid en 2018 se cuantificaron esos efectos beneficiosos: la contaminación que absorben los árboles del municipio, su efecto como sumidero de carbono, la producción de oxígeno y el ahorro en Sanidad por los beneficios de un aire más limpio.

La vegetación, aseguraba el estudio, evita más de 3.600 casos de asma y 4.000 síntomas respiratorios agudos al año. Los árboles, sobre todo el pino piñonero, el plátano de sombra y la encina, captan al año 673 toneladas de polución. Esta silenciosa labor del bosque urbano, produce un ahorro de 25,7 millones anuales (el coste de usar otros medios para producir los mismos efectos).

Para hacerse una idea de lo que significan estas cifras, el informe realiza la siguiente comparación: el acopio de carbono equivale a las emisiones anuales de 62.775 coches o 25.718 casas unifamiliares, el de dióxido de nitrógeno a 6.950 vehículos o 3.131 viviendas y el de azufre a 161.545 automóviles o 428 casas. Pensar ahora en cómo replantar la ciudad de Madrid se antoja vital.

Fuente: BERTA FERRERO / ESTHER SÁNCHEZ / IDOIA UGARTE / EL PAÍS,

Artículo de referencia: https://elpais.com/espana/madrid/2021-01-16/la-gran-masacre-verde-de-madrid-tras-el-paso-de-filomena-como-plantearse-la-replantacion.html,



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