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La invasión de Ucrania y un sector ya tensionado hicieron que durante 2022 haya sido un 40% más caro producir energía que en el año anterior en la Unión Europea, el mercado en el que más se incrementó este coste, según el informe anual de la Agencia Internacional de la Energía. El precio del gas se disparó hasta niveles nunca vistos, pero también el del carbón, mientras que el petróleo superó los 100 dólares por barril, aunque terminó cayendo.

«La consecuencia más visible de la crisis fue un auge en los precios de la energía», resume el documento, que recuerda que «no hay precedente» para los que marcó el gas natural este año. La subida de los combustibles fue el principal motivo de la escalada paralela de los precios de la electricidad: la agencia estima que estuvo detrás «del 90% del crecimiento en el coste medio de la generación eléctrica mundial». En concreto, el gas natural influyó en un 50%.

El gas natural es, generalmente, la fuente marginal de generación eléctrica. Esto quiere decir que marca el precio al que se vende el megavatio hora en el mercado mayorista, ya que el resto de fuentes que entran en el mix tienen un coste de producción menor. Al depender de esta materia prima para la generación, el gas termina fijando el precio de la luz, aunque sea de forma indirecta. En este caso, además, se juntó con otras tendencias que no ayudaron, como el alto precio de otros combustibles fósiles, una menor producción nuclear y un año seco, con poca potencia hidroeléctrica.

Coste de producir energía

«Los precios eléctricos mayoristas se triplicaron en la Unión Europea en la primera mitad de 2022, muy por encima del incremento del 40% en los costes subyacente medio de la generación», explica la AIE. Esto, recuerda la agencia, ha hecho que la propia Unión Europea se plantee si debería modificar el mercado y desligar el precio de la luz y el gas.

En este sentido, también se notaron las consecuencias de la invasión de Ucrania por parte de Rusia y cómo las sanciones hicieron que redujese sus exportaciones por gasoducto. La principal fue que aumentasen las importaciones netas de gas natural licuado, que llega en buque metanero: en los ocho primeros meses de 2022 crecieron un 66% respecto al mismo periodo del año anterior. La asociación considera que la crisis energética actual es «significativamente más amplia y compleja» que cualquiera de las anteriores y advierte del peligro que supone para los países más pobres.

Así, según apunta el informe, mientras que la crisis de 1970 fue fundamentalmente una crisis del petróleo -y, por tanto, estaba mucho más claro que la solución era reducir la dependencia-, en este caso el problema tiene «múltiples dimensiones». Se apunta al gas natural, pero también al propio petróleo, el carbón, la electricidad, el clima o la seguridad de los alimentos.

Las soluciones son, por lo tanto, también lo son. «Lo que se requiere no es diversificar y alejarse de una simple fuente de energía, sino cambiar la naturaleza del mismo sistema energético y hacerlo mientras se mantiene un suministro asequible y seguro de servicios energéticos», destaca la AIE.

Tendencia inflacionista

Todo esto termina suponiendo una tendencia inflacionista que incrementa los problemas de seguridad alimenticia -sube el precio de los alimentos en los países más pobres, en parte porque incrementa también el de los fertilizantes- y somete a presión los presupuestos familiares, «especialmente en los hogares pobres, donde un porcentaje relativamente alto de los ingresos se gasta en energía y comida», detalla el informe. Los efectos de la crisis han variado en todo el mundo, pero han sido «claramente negativos en términos globales».

La otra cara de la moneda es, en gran medida, solar y eólica. La Agencia Internacional de la Energía considera que, para conseguir los objetivos climáticos, deberán cambiarse tendencias de consumo para adaptarse a estas dos fuentes intermitentes. Éstas habrían ayudado a moderar el impacto de la crisis y representan la mejor forma de salir de ella.

También ayudan a mitigar las facturas, aunque creen que las inversiones en las fuentes renovables deberán multiplicarse por tres y pasar de 1,3 billones de dólares actuales a 4 billones en 2030. Hasta entonces, los sistemas energéticos deberán ser más flexibles mediante gas y carbón, que irán disminuyendo «y eventualmente desaparecerán». De todos modos, consideran que eliminar estas fuentes antes de desplegar completamente sus sustitutas «representa un gran riesgo para la seguridad eléctrica».

Fuente: GUILLERMO DEL PALACIO / EL MUNDO

Artículo de referencia: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/medio-ambiente/2022/10/27/63596bfdfdddff994d8b457c.html



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