El peso del cartón de una caja de galletas no se decide de forma casual. Tampoco la composición de un bote de detergente o de una bandeja para alimentos frescos. Las características de este tipo de envase están pensadas para optimizar la protección de lo que contienen, el transporte y el atractivo comercial.

A estas variables se suma una que cobra cada vez más importancia: el impacto ambiental, una huella que no se limita a su fabricación, sino que se extiende a lo largo de todo su ciclo de vida. Su reducción, dicen los expertos, pasa en buena medida por el ecodiseño.

«El ecodiseño es tener en cuenta factores ambientales en la concepción de un producto», define Pedro Zomeño, responsable de proyectos de AINIA, un centro tecnológico que estudia soluciones para mejorar los envases comerciales. Los fundamentales, según Zomeño, son dos: el gasto de materias primas y la gestión del residuo final.

«Cuando hablamos de ecodiseño hay que tener en cuenta que el envase está para proteger el producto y cumplir los requerimientos legales. Siempre será necesario un mínimo envoltorio para, al menos, solventar la función informativa y protectora», explica Jorge Serrano, gerente de empresas y ecodiseño en Ecoembes, la organización que gestiona el reciclaje de la basura de los contenedores amarillos y azules.

Hasta ahora, la tónica general del ecodiseño ha sido adelgazar los envases. Según datos de Ecoembes, en los últimos 20 años las empresas han tomado más de 45.000 medidas para restar 500.000 toneladas al peso de estos objetos.

«Con este sistema se ha reducido el consumo de materias primas y también el residuo posterior, y se ha optimizado la distribución», señala Serrano. «Pero es un procedimiento que ya está cerca del límite. Los envases ya tienen el mínimo grosor. Hay que explorar otras opciones».

Materiales bio-bio

Una de esas alternativas pasa por la búsqueda de materiales más amables con el entorno. En TheCircularLab (Logroño), un laboratorio de Ecoembes en torno a la economía circular, un equipo de ingenieros trabaja en un plástico bio-bio (biobasado y biodegradable) a partir de restos de verduras y frutas de los excedentes del sector restauración.

Un material que, al final de su vida útil, se descompondrá en CO2, agua y biomasa. También, señalan sus creadores, será reciclable mediante compostaje.

«Podemos generar, por ejemplo, un envase de fécula de patata, pero hay que medir muy bien cuántos recursos estamos utilizando», matiza Zomeño, «para que en el balance total no gastemos más de lo necesario». Aun así, producir cualquier recipiente comporta un coste ambiental.

Envase

«No hay soluciones milagrosas desde el punto de vista técnico. No está inventado el envase que cumpla su función de conservación y que luego, ¡puf!, desaparezca sin rastro. Todor material conlleva un residuo que hay que gestionar», entiende Serrano.

Para él, la clave está en pensar en aplicaciones específicas para estos nuevos materiales: «Los envases compostables tienen sentido en la industria de la comida rápida. Al estar en contacto con los alimentos, la gestión de ese flujo de basura consistiría en compostar todo como materia orgánica. No necesitas invertir en separación».

Otros estudios se centran en analizar qué combinaciones de materiales facilitan el reciclaje de un envase. «Hay mezclas que ayudan a la gestión posterior del residuo. Dos metales diferentes se pueden separar en un alto horno sin demasiados problemas», afirma Serrano.

Otros, como los plásticos multicapa, las bolsas de patatas del supermercado, son más complejos, «algo a tener en cuenta para incrementar su futura sostenibilidad», añade.

Caso a caso

Una de las complicaciones del ecodiseño es la medición del impacto de un envase respecto a la función que cumple.

«Es difícil de evaluar. Un filete de ternera que puede estar en el lineal hasta tres semanas gracias al material que lo contiene. ¿Cómo etiquetas ese envoltorio? ¿Por lo que le cuesta al medio ambiente producirlo? ¿Tienes también en cuenta que un buen porcentaje de las ventas se logra porque el alimento se mantiene intacto y no se tira a la basura antes de tiempo?», plantea Zomeño, que aclara que, aunque hay que hilar fino en cada caso, hay situaciones más evidentes.

«Por ejemplo, los perfumes son un ejemplo claro de sobreenvasado. No hace falta todo ese cristal para contener 20 mililitros».

Para intentar ponderar esa huella ambiental, y como si de una etiqueta de eficiencia energética se tratara, miembros de TheCircularLab, en colaboración con el instituto Fraunhofer, desarrollan una metodología, llamada ACV, que analiza cuatro factores del envase: el coste en la fabricación, la facilidad para separar el residuo en una planta de selección, su convertibilidad en materia prima virgen y su funcionalidad.

«El ecodiseño no está reñido con la economía. Si optimizas los procesos puedes ahorrar dinero», tercia Zomeño, que entiende que con las nuevas directrices europeas, que exigen a las empresas que sus productos sean más sostenibles, todos los actores acelerarán el paso. «Es un punto fijo en el orden del día de cualquier compañía», cierra Serrano.

Fuente: J.R. / EL PAÍS,

Artículo de referencia: https://elpais.com/sociedad/2019/07/11/actualidad/1562834694_653074.html,



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