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Desde hace años, el término obsolescencia programada -dispositivos, generalmente tecnológicos, preparados para dejar de funcionar pasado determinado tiempo- es tan conocido como aceptado y criticado. Las marcas luchan contra él, pero al mismo tiempo continúan lanzando nuevos productos, lo que le ha dado una vuelta de tuerca al problema: la obsolescencia tal vez no sea real, pero el usuario la percibe como tal. Ante este problema, varias firmas han tratado de encontrar una respuesta que permita continuar mejorando las características y fomentando el consumo desde una perspectiva más sostenible.

El problema tiene varias aristas. Por un lado, está la contaminación que genera el proceso de producción y transporte de los dispositivos, que está en el entorno del centenar de millones de toneladas de CO2. Por otro lado, los residuos que se generan, que se estima que tan solo en 2021 alcanzó los 57,4 millones de toneladas métricas en basura electrónica que apenas se recicla.

Además, pueden llegar a vertederos, cajones o -con suerte- puntos limpios por el fallo de prácticamente cualquier componente, ya que el sector de la electrónica de consumo, salvo lo que entra en garantía, cada vez se aleja más de las reparaciones. Las baterías, por ejemplo, tienden a limitar la vida de un producto que funciona a la perfección en todos los demás aspectos.

El arreglo cuesta prácticamente lo mismo que un terminal nuevo en precio y mucho menos en dolores de cabeza. Suele ocurrir pasados los dos o tres años -un estudio reciente apunta a que el espacio de tiempo cada vez es mayor– y es, a grandes rasgos, lo que se conoce como obsolescencia programada.

Obsolescencia percibida

Mientras, la obsolescencia percibida tiene más que ver con la publicidad y los ciclos de lanzamientos de las grandes compañías: cada año hay un dispositivo nuevo en la línea. En los móviles, además, hasta hay un número que lleva la cuenta. Ocurre con otros equipos -videoconsolas, por ejemplo-, pero es en el sector de la telefonía donde más se da y donde menos necesario es el cambio. Es decir, aunque el nuevo modelo sea mejor, su predecesor aún puede tener mucha vida por delante. A pesar de ello, cientos de miles de personas, si no millones, dan el paso.

«El consumo actual es absolutamente insostenible», lamenta Julio Barea, responsable de campañas de residuos de Greenpeace, «ya no sólo para tu bolsillo, sino para el planeta». «Veo que a los cuatro meses de comprarme mi teléfono ha salido uno que tiene medio megapíxel más que el mío y ya no puedo vivir con el mío».

Barea culpa de esta tendencia a la publicidad, pero sin olvidar la legislación y la dificultad para reparar estos dispositivos, que los ha convertido prácticamente en bienes de usar y tirar. «Lo que exigimos es que desde el principio se diseñen en los aparatos precisamente para que se les puedan cambiar los componentes fácilmente», explica. En su opinión, «un aparato de estos como mínimo tendría que durar entre cinco y 10 años, pero están diseñados precisamente para todo lo contrario».

Cambio de paradigma

La empresa holandesa Fairphone no sólo lleva años advirtiendo sobre esto, sino que basa su propia existencia en el cambio de paradigma. Así, además de tratar de buscar materiales sostenibles y que no procedan de zonas de conflicto, ha empezado a buscar la modularidad. Es decir, que sea sencillo cambiar las piezas. De este modo, si algo se rompe se puede cambiar, pero también es posible el reemplazo en el caso de que se busque más potencia o una cámara de mayor calidad. Google ya trató de hacerlo con Project Ara, pero nunca llegó a ser más que un prototipo.

Según la CEO de la compañía, Eva Gouwens, cambiar de teléfono cada cinco años ya permite reducir la huella de carbono del dispositivo en un 30%. Según cifras de Applefabricar un iPhone 13 produce 64 kilogramos de CO2 equivalente. Si bien la firma no desglosa el número dispositivos vendidos, durante el último trimestre de 2021 -el último del que han publicado datos-, las ventas del teléfono alcanzaron los 71.600 millones de dólares.

En cualquier caso, la semilla ya está plantada. Las empresas dedicadas a la electrónica de consumo ya hace tiempo que presumen de materiales reciclados y procesos que respetan el medio ambiente. Bang & Olufsen, por ejemplo, ha ido un paso más allá y replantea la circularidad del ciclo con su último altavoz. Mads Kogsgaard Hansen, director global de Producto, Innovación y Desarrollo de Negocios de la firma, aludía recientemente a esta idea en un evento en Madrid: quieren ver los productos «no sólo como objetos, sino como sistemas completos».

Producto electrónico de consumo sostenible

«No tiene sentido ahora mismo hablar de un producto de electrónica de consumo sostenible al 100%», reconocía Hansen. Al menos, en el futuro cercano. En las últimas décadas, detallaba, la vida útil media de un producto de electrónica de consumo ha pasado de ser de hasta 40 años, como ocurría en los 70, a estar en el entorno de los cuatro o cinco años en la actualidad, y eso porque la gama blanca aumenta la media, que en teléfonos puede no llegar a los tres años.

Desde el punto de vista de la industria, esto requiere cambiar prácticamente todo el proceso de creación, explica el directivo. El propio diseño, sin ir más lejos, debe tener en cuenta mudanzas o cambios de estilo, mientras que los componentes se tienen que poder reemplazar -el caso de las mencionadas baterías-, pero también actualizar y evolucionar -en su caso, el módulo de streaming-. «Somos parte de la industria, así que somos parte del problema», apunta Hansen. La parte positiva, continúa, es que «también podemos ser parte de la solución».

En cualquier caso, aún se trata de iniciativas puntuales. La naturaleza del mercado es la que es y el dinero se consigue con las ventas. En este contexto, esta obsolescencia percibida puede ser fomentada por las empresas al tiempo que luchan contra la física. Barea reconoce estos esfuerzos -de momento, «muy tímidos»– y vuelve a apuntar a la legislación como forma de educar al mercado. Si la costumbre no es reemplazar el producto, sino la pieza, podrán empezar a verse como dispositivos duraderos y no caducos. «Por sostenibilidad», recuerda, «pero también por responsabilidad».

Fuente: GUILLERMO DEL PALACIO / EL MUNDO

Artículo de referencia: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/medio-ambiente/2022/03/31/6241e1b921efa0d8158b45d4.html



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