Las acciones individuales para salvar el medio ambiente despiertan admiración en unos y escepticismo en otros. Ya sabemos qué bando tiene razón.

A estas alturas de la película (de terror), queda claro que el cuidado del entorno pasa por no cruzarnos de brazos. La senda trazada por los dos últimos informes del Grupo Intergubernamental de Expertos Sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) para frenar la catástrofe medioambiental, anima la transición a las energías renovables, a usar menos el coche y el avión y a plantearse la dieta de un modo idéntico a las recomendaciones de la OMS, con más fruta y verdura de cercanía y menos carne.

Ahora bien: ¿puede una acción individual revertir la tendencia o es solo un gesto perpetrado para lavar conciencias? O, visto de otro modo, el «qué más da lo que yo haga, si soy una hormiguita del sistema», ¿es la excusa de los cobardes para no ponerse manos a la obra?

Medio ambiente

La investigación con modelos climáticos, esas representaciones matemáticas expresadas en potentes ordenadores que permiten predecir la evolución del planeta en función de variaciones en los océanos, la superficie terrestre o la atmósfera, apunta a la importancia de la psicología social en la ecuación.

En concreto, según un estudio publicado en Plos One por la Universidad de Guelph (Canadá), una comunidad sin arraigo a la ecología podría derivar en una temperatura hasta 3,3 grados superior. En el papel clave que juega la relación del ciudadano con el planeta, incluso el género es determinante, según la ONU, que destaca la mayor conciencia ambiental de las mujeres.

Otro estudio de la Universidad de Tennessee (EE UU) identifica como más mitigadoras las intervenciones individuales que perduran en el largo plazo, como el aislamiento térmico de una vivienda o la compra de vehículos híbridos, frente a la bajada en el termostato o conducir menos kilómetros. Y todos los trabajos ponen el acento en lo mismo: las acciones aisladas funcionan si hay pedagogía.

Sigue con el tema una investigación de la Universidad de Michigan (EE UU), que afirma que las normas consensuadas por un grupo poblacional suponen una de las mejores garantías de la eficiencia de una estrategia sostenible. Es decir, sus gestos o los de su primo cuentan (y mucho), siempre que alardee de ellos y el resto se contagie.

Según los científicos que firman la investigación, interviene la reputación como refuerzo positivo, con la consecuente subida de autoestima. El artículo, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, destaca la importancia de predicar con el ejemplo; y especifica que un vecino que recicle bien la basura será una inspiración para el resto de la comunidad.

Redes sociales

Las redes sociales pueden ser un catalizador si, como destacan en la organización Earth Island Institute, buscan educar y no tanto impresionar: una foto en Instagram sujetando una anaconda herida por los incendios en la Amazonia solo tendrá repercusión en el ego del retratado.

Algo distinto a lo que sucede con la iniciativa #2minutesbeachclean, lanzada por el conservacionista británico Martin Dorey, que invita a dedicar dos minutos de nuestro tiempo en la playa a recoger toda la basura al alcance y a compartir la acción en redes sociales —según la Fundación Biodiversidad, cada colilla en el mar, río o lago contamina 50 litros de agua—.

Antonio Ruiz de Elvira, catedrático de Física de la Universidad de Alcalá de Henares y climatólogo, subraya: «Las acciones individuales tienen valor cuando conforman un aprendizaje social. Como el caso de Alemania, donde hay una decena de contenedores distintos y, desde el colegio, los niños se encargan de enseñar a otros su uso, o los ciudadanos corrigen a quien se despista con el contenedor adecuado. Si no existe ese factor de trasmisión, su valor es poco, que es lo que sucede con las personas que piensan que por dar una cuantiosa donación a una ONG no tienen que hacer nada más».

En Suecia lo tienen claro (o cómo un gran coche puede arruinar tu reputación)

La dimensión social de la sostenibilidad desempeña un rol clave en el país escandinavo, donde las medidas de restricción del tráfico para reducir los niveles de contaminación comenzaron a implantarse ¡en 1996! En este sentido, María Neira, directora de Salud Pública de la OMS, alude frecuentemente a la cultura de movilidad sostenible de los suecos, comentando que, en determinadas situaciones, los coches de gran cilindrada —no híbridos o eléctricos— pueden llegar a estar mal vistos.

Y de este contexto ha emergido el actual movimiento flygskam, traducido como la «vergüenza de viajar en avión», en trayectos que pueden hacerse en tren, un medio de transporte menos contaminante.

Mercedes Pardo, profesora de Sociología del Medio Ambiente en la Universidad Carlos III, Madrid, añade que el alto nivel de desarrollo económico posibilita una mayor sensibilidad ambiental; y analiza el caso de España, donde las propuestas que encuentran más adhesión son el reciclaje, el uso de electrodomésticos de bajo consumo, los carriles bici o la predisposición general a la educación ambiental.

«En cambio, la limitación del automóvil es de los temas más complicados. Además de la movilidad, hay que tener en cuenta el peso del correlato de la modernidad, que relaciona el coche con la entrada en la vida adulta. Pero esto está cambiando, aquí y en muchos países», reflexiona.

El efecto contrario: las acciones negativas en el medio ambiente también se contagian

A pesar del consenso del 97% de científicos sobre el cambio climático, las campañas de desinformación sobre este asunto llevan décadas circulando y confundiendo a la opinión pública.

«Las consecuencias del petróleo para el clima se conocen, desde los años 50, por las investigaciones de los Institutos de Ciencia de Hamburgo. Ahí fue cuando las empresas Koch y Exxon empezaron a crear institutos pseudocientíficos paralelos, con investigadores comprados y lobbies», recuerda el catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares.

Para Sander Van der Linden, profesor de Psicología Social en Cambridge, hoy el corazón del mensaje de los negacionistas reside en la convicción de que el ser humano no es la causa del problema del medio ambiente. El docente achaca su capacidad de transmisión a la teoría del sesgo de confirmación: la tendencia a dar más valor a las ideas que resaltan nuestras creencias preconcebidas.

EE UU

Por exasperante que resulte, un estudio publicado en Nature recomienda refutar estas opiniones en nuestro entorno para evitar su contagio contra el medio ambiente.

De hecho, el rechazo al calentamiento global ya es especialmente visible en EE UU, con comportamientos que van desde el tweet de Donald Trump («el cambio climático lo inventaron los chinos para que la industria de EE UU deje de ser competitiva») a los grupos de rolling-coal (carbón rodante), cuyos integrantes modifican los automóviles para utilizar mayor cantidad de diésel y contaminar intencionadamente cerca de vehículos híbridos o ciclistas.

Por suerte, las corrientes pseudocientíficas no tienen el mismo calado en otros países del globo, en parte porque el fenómeno Greta Thunberg (la joven activista sueca contra el cambio climático) las ha neutralizado. Ruiz de Elvira advierte al respecto: «Ya hemos vivido etapas similares, como la campaña de Al Gore en 2006. Pero estos movimientos solo están en primer plano por un tiempo limitado. Y aquellos que más contaminan, lo saben».

Mientras tanto, gobiernos y empresas…

Desde luego, como dice la profesora Pardo, todo será más fácil con la implicación de los políticos, «grandes motivadores para el conjunto de la ciudadanía». Y aquí entran en juego los ayuntamientos. «Hay iniciativas baratísimas que muchos podrían adoptar, como instalar sensores de luz en las farolas para que no estén encendidas toda la noche», propone Ruiz de Elvira.

Cabe destacar el ejemplo de Sevilla, cuyos 160 kilómetros de carril bici la convierten en una de las urbes más seguras del mundo para la movilidad sostenible. En cuanto a los pequeños gestos de las grandes marcas, a menudo cuesta discernir qué hay de responsabilidad y qué de marketing.

Incluso hay un término para designar el postureo de algunas empresas en su discurso medioambiental, greenwashing (lavado de imagen verde).

Cecilia Carballo, responsable de Programas de Greenpeace, rompe una lanza a favor de quienes lo hacen bien: «Hay un problema de falta de regulación. Pero, existen empresas, sobre todo del sector textil, que sí están introduciendo cambios muy sustanciales en sus matrices de negocio para reducir la huella ambiental en sus procesos de producción y distribución, aunque no servirán de nada si al mismo tiempo promueven un modelo de consumo insostenible con colecciones cada semana».

Fuente: NATALIA LÓPEZ PEVIDA / EL PAÍS,

Artículo de referencia: https://elpais.com/elpais/2019/10/02/buenavida/1570005901_431928.html,



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