Una solitaria boya situada cerca de la Isla de Campbell, en Nueva Zelanda, detectó la semana pasada una ola monstruosa de 23,8 metros de altura, la mayor medida alguna vez en todo el hemisferio Sur, tal como informó Tom Durrant, oceanógrafo del servicio meteorológico del país. Según este experto, la ola fue generada por una célula de bajas presiones con vientos de 65 nudos (alrededor de 120 kilómetros por hora). Este fenómeno generó una feroz tormenta cerca de la isla de Campbell, a 700 kilómetros al sur de Nueva Zelanda, en el seno del Océano Antártico.
"Este es un acontecimiento muy interesante y, por lo que sabemos, es la mayor ola registrada alguna vez en todo el hemisferio sur", dijo Durrant. El investigador señaló que el Océano Antártico es un generador de olas enormes capaces de cruzar el planeta. En ese sentido, explicó que los surfistas de California pueden esperar que la energía generada en esta tormenta llega a sus costas a partir del lunes.
El oceanógrafo señaló que la tormenta probablemente produjo olas mayores, pero que estas no quedaron registradas porque la boya no estaba en el lugar más idóneo y porque solo recopiló datos durante 20 minutos una vez cada tres horas, con el fin de ahorrar baterías. Este dispositivo de medición fue instalado en marzo en una zona poco estudiada del Océano Antártico, famoso por sus aguas procelosas.
La ola recientemente registrada ha superado el récord de 22.03 metros, establecido en Tasmania en 2012. Pero no llega al nivel de la mayor ola registrada de todos los tiempos: un tsunami generado después de un deslizamiento de tierra en Alaska en 1958 llegó a los 30,5 metros de altura.
¿Cómo de grandes son las olas?
Según explica la Institución Smithsonian, las mayores olas generadas en las tormentas rondan los nueve metros de altura, lo que se describe como mar montañosa. El problema suele aparecer cuando las olas se acercan a tierra: la escasa profundidad favorece que la energía de la ola no tenga otro lugar hacia el que disiparse más que hacia arriba, lo que aumenta considerablemente la altura.
Por un motivo similar los terremotos generan tsunamis o maremotos que tienen el aspecto de imponentes murallas de agua. Se generan mar adentro y el lejano fondo no favorece que la columna de agua pierda estabilidad, de modo que pueden permanecer estables durante cientos de kilómetros. El terrible tsunami de 2004 alcanzó velocidades de 640 kilómetros por hora en alta mar y se adentró en la costa más de un kilómetro y medio, dejando 200.000 muertos y convirtiéndose en la ola más letal registrada.
En el año 1995 se confirmó que el mito de las olas vagabundas era una realidad cuando se detectó una ola de 25 metros rodeada por olas más pequeñas de seis. Hoy se considera que estas olas aparecen cuando dos olas más pequeñas se combinan y suman sus energías. En las costas canadiesnes o islandesas los carteles avisan a los visitantes de las playas del riesgo de la aparición repentina de alguna de estas enormes olas.
La mayor ola registrada ocurrió en un deslizamiento de tierra en Alaska en el año 1958, cuando se captó un tsunami de más de 30 metros de altura. A pesar de eso, solo causó cinco víctimas mortales porque ocurrió en una zona poco poblada. Se cree que el asteroide que acabó con los dinosaurios pudo generar un tsunami de 100 a 300 metros de altura.