Evaluación del impacto

Cuatro investigadores del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona y de la Agencia de Salud Pública de Barcelona acaban de publicar un artículo donde alertan del perjuicio que dar de comer causa a la ciudad y a sus habitantes, pero también a las palomas. El estudio, publicado en Pest Management Science, tenía como objetivo evaluar el impacto de las campañas de información para reducir el hábito de dar de comer a las palomas y, finalmente, en las poblaciones de estas aves.

Los investigadores constataron, en primer lugar, que la presencia de las palomas salvajes (Columbia livia) se incrementó mucho en varias ciudades europeas y norteamericanas durante la segunda mitad del siglo XX. Esto ha provocado graves problemas, como el deterioro de la arquitectura urbana y la transmisión de enfermedades infecciosas. Estos daños son proporcionales al número de palomas y, por tanto, estas poblaciones deben reducirse.

Barcelona, una ciudad con alta densidad de población de palomas

Pero los científicos se preguntaron si esto funcionaría también en Barcelona. En Basilea había una densidad de 840 palomas por kilómetro cuadrado. En Barcelona, ​​en el momento del estudio, era de 4.242 palomas por kilómetro cuadrado, es decir cinco veces más. Las dos ciudades también se diferenciaban en los movimientos de las palomas entre diversas áreas, lo que puede hacer variar el número de estos pájaros en algunas zonas, pero aumentarlo en otras.

Para averiguarlo, los científicos plantearon una prueba, que se llevó a cabo en 2009. Delimitaron, en primer lugar, unas zonas donde realizar campañas informativas para reducir el acto de dar de comer a las palomas. Eligieron cuatro barrios del distrito de Sant Andreu y dos de Horta-Guinardó, en la parte este de la ciudad. Una zona del distrito de Nou Barris sirvió de control. Para hacer un seguimiento del impacto de la experiencia, dividieron estas zonas en cuadrados de 250 metros de lado. En total había 44 cuadrados donde llevar a cabo el ensayo y 12 que servirían de control.

Una vez analizados todos los resultados se constató que en los barrios donde se había realizado el experimento la cantidad de palomas había disminuido un 40%, pero en la zona de control no había variado. Esta disminución se produjo entre febrero y junio, pero se mantuvo hasta febrero del año siguiente. Esto significa que una vez reducida la población, no se producía una recuperación. En la zona de control tampoco se produjo ningún aumento.

Entre 5 y 10 kilos de excrementos anuales por paloma

Para Juan Carlos Senar, investigador principal del estudio, esta experiencia también es una muestra más de cómo la cooperación entre la Agencia y Salud Pública de Barcelona y el Museo de Ciencias Naturales ha permitido solucionar problemas en la ciudad. En cuanto a la inversión que requiere una actuación así, Senar afirma que el beneficio es claro: 

"Se calcula que cada paloma produce entre 5 y 10 kilos de excrementos corrosivos cada año. En base a esto se ha estimado que los daños producidos por cada paloma en el área urbana cuestan unos 30 euros al año. Si lo multiplicamos por el número de palomas de Barcelona, ​​que en 2006 superaba el cuarto de millón, comprenderemos fácilmente que es una inversión con un gran beneficio económico y en salud".



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