Hay días en que el calor derrite hasta las ideas. Pero la canícula estival jamás ha atenazado el ingenio iraní. En el país más tórrido del globo -el desierto del Lut registró en 2005 la ¿friolera? de 70’7ºC -, en la ciudad de Yazd, docenas de canales subterráneos, los qanat, y torres horadadas llamadas badgir – que traducido literalmente significa atrapavientos – perfilan un skyline único, mientras refrescan a sus vecinos a coste cero. Investigadores locales creen que esta joya del pasado es un instrumento prometedor para el futuro.

Son las cinco de la tarde y el Lorenzo -o Mitra, si atendemos a la divinidad zoroastriana adorada aquí durante milenios- no da tregua a Yazd. Sus rayos provocan el mismo efecto que una bomba nuclear: la nada más absoluta reina, mire por donde mire. Ni un yazdita asoma el morro.

Sólo pequeñas bandadas de extranjeros de andar aturdido y este periodista, provisto de mucho amor por su trabajo y un termómetro digital, osan aventurarse, con la que está cayendo, por las callejuelas laberínticas de la ciudad vieja.

El aparato marca 37’5ºC y 10% de humedad a pie de calle. A pocos metros, una escalera empinadísima de ladrillo conduce tierra adentro. Penetramos por ella. A medida que descendemos el pelo se nos eriza del gustito.

Segundos después hemos llegado al fondo y descubrimos la antigua boca de uno de los numerosos depósitos en los que el vecindario, en el pasado, se aprovisionaba de agua. El termómetro registra unos placenteros 25’4ºC y un 73% de humedad. ¿Magia? ¡No! Excelencia arquitectónica.

La joya de la corona de Yazd

«La gente de Yazd aprendió a vivir al ritmo que le impuso la naturaleza«, resume Seyed Mohamed Husein Ayatolahí, investigador asociado al Centro Internacional de Investigación en Atrapavientos de la Universidad de Yazd. La histórica urbe se asienta en un oasis, en la encrucijada entre dos grandes desiertos.

Por ello, acuciados por el clima árido y la escasez de agua, sus ciudadanos se adelantaron a los grandes ingenieros romanos estableciendo un complejo sistema hidráulico hace al menos 3.000 años. La costa del Golfo Pérsico y Egipto disputan ser pioneros de este sistema, pero los iraníes lo perfeccionaron.

Yazd bebía gracias a qanat abiertos en faldas de montes como el Sir Ku, que impone sus 4.075 metros de altura 70 kilómetros al suroeste. Los canales trasladaban el agua bajo tierra decenas de kilómetros hasta la ciudad, donde era almacenada en depósitos o bien canalizada hacia el sótano de las casas más pudientes.

Eran sus habitantes quienes podían disfrutar de la disposición ideal de este sistema de aire acondicionado de emisiones cero: la que permite combinar el viento capturado en las torres con el agua de los qanat.

«Hay dos tipos de ventilación natural», explica Seyedé Zeinab Imadian Razavi, responsable del Centro universitario de Investigación en Atrapavientos. «La primera se produce al soplar el viento. Una pared interna, dentro de la torre, captura el viento y lo canaliza hacia el interior de la casa; en el segundo tipo, el calor del edificio abandona la casa subiendo por el badgir».

El efecto del diferencial de presión permite la circulación por las estancias del aire que, al contactar con el agua de los qanat, además, se enfría.

Temperatura agradable

«De esta forma, cuando la temperatura en el exterior alcanza los 40 grados, en el sótano permanece sobre los 18 o 20 grados. Es realmente agradable, y la razón por la que los sótanos de Yazd están profusamente decorados. Aquí es donde se hace vida durante las horas del día en verano», recuerda la investigadora.

En las grandes casas tradicionales de Yazd, muchas reconvertidas en hoteles, todavía puede disfrutarse este efecto. El patio interior, normalmente un jardín embellecido con un estanque, recibe el viento proporcionado por un atrapavientos instalado en uno de los extremos, brindando una oportunidad para una deliciosa siesta.

Si el calor es excesivo, todavía es posible holgazanear más cómodamente en los cuartos subterráneos. De noche, la vida de Yazd se traslada a los tejados. A la postre, un museo al aire libre bajo las estrellas.

Las joyas de la corona de Yazd son los badgir, que se complementa con edificios de adobe construidos siempre tierra adentro, o un nivel por encima del suelo para evitar el calor que desprende el firme.

Razaví estima que todavía quedan cerca de quinientos atrapavientos: «Están hechos de adobe y barrotes de madera, que actúan como elementos estructurales y tensores. Debido a su composición el adobe, con una alta capacidad calorífica, absorbe el calor y no lo libera hasta la noche, fría en las zonas áridas».

Los atrapavientos, una forma de arte

Ayatolahí resalta otras funciones de estas peculiares torres. «Permiten alojar palomas, animales importantes en Yazd porque permitían embellecer los jardines y obtener fertilizante para la agricultura, cerrando otro círculo de sostenibilidad».

«Los atrapavientos», recalca el arquitecto, «son también arte. Cada atrapavientos tiene una forma adaptada al viento que quiere captar. Pero también hay un sentido estético y social. Revelaban el poderío de las familias que los construían. A más altos, más riqueza».

De entre todos los esbeltos y bellos atrapavientos de Yazd, el del jardín de Dolat Abad sobresale, con sus 33 metros de altura. Construido en 1857 y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el chorreón de aire que proporciona a las estancias inferiores da cuenta de la eficiencia con que los badgir llegaron a funcionar en el pasado.

«Hoy en día los badgir más bajos no funcionan tan bien como antaño, ya que el clima de Yazd ha cambiado. Ahora hace más calor y hay más polvo en el aire», lamenta Razaví.

Con las urgencias apremiantes de reducir el consumo de energía fósil y de generar menos residuos, el equipo del Centro de Investigación de la Universidad de Yazd trata de poner al día este sistema milenario, a fin de poderlo utilizar en nuevas construcciones.

«Experimentamos con columnas altas y húmedas, capaces de abrir y cerrar canales de aire en momentos específicos del día y agregar, en el interior, instalaciones que mejoren la eficiencia», detalla ella.

Para Mohamed Husein Ayatolahí, el paso necesario es abrirse a otros centros internacionales: «Queremos colaborar con otras universidades para ampliar nuestra investigación y desarrollar el sistema más allá de las fronteras. Creemos que el sistema iraní puede ayudar a mejorar el mundo».

Fuente: LLUÍS MIQUEL HURTADO / EMILIO AMADE / EL MUNDO,

Artículo de referencia: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2019/09/03/5d6e7ddffdddff08228b45df.html,



0 0 votes
Valoración
Suscribir
Notificar de
guest

0 Comentarios
Inline Feedbacks
View all comments