Seguramente muchos pensarán que las grandes invenciones de la humanidad han sido la máquina de vapor, la imprenta, la rueda, la electricidad o, incluso, el telégrafo, pero pocas herramientas de trabajo pueden contarnos una historia tan fascinante de nuestra civilización como el arado.

El arado es una máquina asombrosamente simple pero con un gran poder de transformación. Su invención supuso una verdadera revolución no sólo tecnológica, sino también económica, social y demográfica.

La primera pregunta que debemos plantearnos es: ¿Por qué motivo nos hicimos sedentarios? ¿Existía una necesidad imperiosa para modificar nuestro modo de vida? Realmente la vida nómada no estaba en vías de extinción, ni mucho menos. La verdadera razón hay que buscarla en el progreso.

La agricultura y la ganadería contribuyeron a la prosperidad económica, permitiendo un incremento progresivo de las extensiones cultivadas y, por vez primera, disfrutar de excedentes de producción agrícola.

Con la agricultura hicieron su aparición dos artilugios, el pico y la pala, con los cuales nuestros antepasados realizaban pequeños hoyos donde colocar la semilla. Pero esto no era suficiente, las semillas crecían mejor si la tierra estaba desmenuzada, pero era muy duro cavar los campos con aquellas herramientas de mano. Esta necesidad hizo surgir los primeros arados.

Los primeros animales de tiro, humanos

Fue en Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates, el escenario geográfico en el que aparecieron los primeros arados. Inicialmente estaban fabricados en su totalidad de madera y, además, eran de una sola pieza en forma de horquilla.

Ante la ausencia de animales de tiro que pudieran arrastrarlos, eran los seres humanos los que tiraban inicialmente de aquellos primitivos arados para abrir los surcos en la tierra.

Fue posteriormente -hacia el 3.000 a.C- cuando se empezaron a utilizar los bueyes, un animal fuerte y tranquilo, para tirar de aquel artilugio.

En el Museo del Louvre se encuentra una terracota de Beocia del siglo VII a.C que muestra a un hombre arando tirando de una pareja de bueyes. Se trata de la primera representación de un arado que se conoce en Europa.

A pesar de lo arduo que suponía la siembra de la tierra el arado tirado facilitó en gran medida las labores de los primeros agricultores, el principal problema al que debían hacer frente era al rápido desgaste de las piezas de madera.

La solución llegó durante el Imperio Romano, momento en el que hicieron su aparición las cuchillas de hierro, que ahondaban en la tierra, facilitando la labor de la siembra.

Cosa de hombres

Con el arado llegó el excedente de producción y con él la especialización de la sociedad, no hacía falta que todos se dedicaran a la recolección ni a la caza, como en tiempos pasados.

En las primeras civilizaciones apareció la figura del constructor, del sacerdote, del artesano y la del soldado. Los ejércitos fueron lo suficientemente poderosos para alejar a las tribus nómadas de sus campos del cultivo y dar cierta tranquilidad a los habitantes.

El arado modificó también la vida familiar de las primeras civilizaciones. Al tratarse de un instrumento muy pesado se consideró que arar era cosa de hombres, permitiendo que las mujeres pasaran más tiempo preparando la comida en el hogar.

Por otra parte, y dado que las mujeres ya no tenían que transportar a los bebés mientras buscaban comida, los embarazos se hicieron más frecuentes, propiciando un crecimiento demográfico. Desgraciadamente el cambio del estilo de vida tuvo su parte negativa.

Los hallazgos arqueológicos han demostrado que los primeros agricultores disfrutaron de una salud mucho más precaria que las tribus de cazadores-recolectores, debido a que una dieta basada en el arroz y el trigo provoca carencias nutricionales importantes (vitaminas, hierro y proteínas).

Fuente: ABC / PEDRO GARGANTILLA,



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