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Keep 1,5 ºC alive! Mantener vivo el objetivo de limitar a 1,5 ºC el aumento de la temperatura global del planeta a finales de siglo (respecto a la que había al inicio de la era industrial) es el objetivo con el que el Gobierno británico encara la Cumbre del Clima de Glasgow (COP26) que comenzó el domingo y de la que es anfitrión.

Durante dos semanas los representantes de unos 200 países estarán inmersos en complejas negociaciones en las que se abordarán diversos aspectos de la lucha contra el cambio climático que podrían sintetizarse en una misión: ponerse de acuerdo para cumplir con lo que firmaron en el Acuerdo de París de 2015.

Una drástica e inmediata reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero es la clave para limitar el aumento de la temperatura por debajo de los 2 ºC. La comunidad internacional se comprometió en la capital francesa a intentar que no subiera más de 1,5 ºC, el máximo definido por los científicos como el escenario menos arriesgado para el futuro de la humanidad.

«Ya vamos por el 1,1 ºC de aumento. Y en cualquiera de los escenarios de emisiones alcanzaríamos el 1,5 º antes de 2040», señala José Manuel Gutiérrez, director del Instituto de Física de Cantabria (IFCA/CSIC) y coordinador de uno de los capítulos del Sexto Informe de Evaluación publicado en agosto por el IPCC, el grupo de expertos en cambio climático vinculados a la ONU.

Temperatura

Y es que en estos seis años que han transcurrido desde París, varios informes -dos de ellos en los últimos días- han puesto de manifiesto que los compromisos adquiridos no serán suficientes para lograr el objetivo del 1,5 ºC. Incluso con los 119 planes climáticos nacionales actualizados, se espera que las emisiones aumenten un 16% para 2030, lo que nos situaría en la senda de los 2,7 °C de calentamiento para finales de siglo, según el informe sobre brecha de emisiones que la ONU publicó el martes.

Si los países cumplieran a rajatabla y a largo plazo con lo que han propuesto, podría limitarse a 2,2 ºC pero para eso habría que espabilar en el corto plazo y conseguir recortes significativos en la próxima década, lo que parece poco realista viendo sus planes nacionales.

Y es que, según la ONU, para alcanzar el objetivo de 1,5 °C, el mundo necesita reducir casi a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero en los próximos ocho años. Por su parte, la Agencia Internacional de la Energía apunta en otro informe que con las promesas que hay sobre la mesa, la temperatura media global subirá 2,6 ºC en 2100.

Como señaló el embajador de Reino Unido en España, Hugh Elliot, durante un reciente encuentro con periodistas en Madrid, el éxito de la COP26 «dependerá de los progresos concretos que se logren en cuatro capítulos: adaptación, mitigación, financiación y cooperación».

Cerrar la brecha del 1,5 ºC

Coincide Valvanera Ulargui, directora de la Oficina Española de Cambio Climático: «La primera brecha que hay que cerrar, porque la realidad es tozuda y nos demuestra que no estamos en el buen caminoes la brecha de la ambición en cuanto a mitigación, adaptación y financiación. Cerrar la brecha del 1,5 ºC significa más reducción de emisiones y más solidaridad con los países más vulnerables», señaló durante otro encuentro con periodistas esta semana.

«La mayor expectativa en la COP 26 y la que rige el resto de las decisiones y de nuestra posición de negociaciones es mantener el objetivo del 1,5 ºC. Tenemos que salir de ella sabiendo que cumplimos con él. Es importante para asegurar la seguridad de nuestros ciudadanos y también la de los ciudadanos de los países más vulnerables», remarcó Ulargui.

¿De qué forma concreta afectará a la seguridad de los ciudadanos? José Manuel Gutiérrez pone tres ejemplos de la diferencia que supondrá en el Mediterráneo que el mundo limite su calentamiento a 1,5 ºC o se quede a las puertas de los 3 ºC.

«Con un aumento global de 1,5º a finales de siglo, la temperatura media en el Mediterráneo (España, Italia, Grecia y norte de África) subirá 2,3 ºC en verano, mientras que si sube tres grados a nivel global, en nuestra región el aumento sería de 4,7 ºC. Esto supondrá que el día típico de verano de 45 ºC que se alcanza en algunos lugares de la Península será de casi 50 ºC. Porque aunque hablamos de calentamiento en términos globales, a nivel regional puede haber diferencias muy notables, como ocurre sobre todo con el Ártico y también en el Mediterráneo», señala.

Temperatura y lluvias

Por lo que respecta a las lluvias, en un escenario de 1,5 ºC descenderían un 10%, frente a un 25% de recorte si el mundo se calienta 3 ºC. «Habría consecuencias dramáticas para sistemas que ya sufren un gran estrés con las sequías actuales», señala.

El tercer ejemplo es el número de días totales con temperaturas superiores a 40 grados: «En el Valle del Guadalquivir pasaríamos de tener 10 días al año con 1,5 ºC a 25 días con 3 ºC, o sea, casi un mes con esas temperaturas, que dejarían de ser anomalías».

«Las temperaturas y las lluvias son los parámetros básicos que amplifican otras variables, por ejemplo, repercuten en las sequías y se intensifica el riesgo de incendios», señala José Manuel Gutiérrez.

Lo saben bien en Australia, donde el también científico del IPCC Pep Canadell dirige el Global Carbon Project y es jefe de investigación del CSIRO: «En los últimos seis o siete años hemos tenido muchos nuevos récords de temperatura y en más de cien años no había habido una sequía tan grave como la de 2019, que nos llevó a esta temporada de fuegos tan extensa. La gente aquí entiende perfectamente que lo que estamos viendo no lo habíamos visto antes y que se debe al cambio climático, pese que a tenemos un Gobierno que hace muy difícil adoptar políticas más agresivas para combatirlo», afirma en entrevista telefónica.

Fire weather

Precisamente una de las consecuencias del aumento de temperaturas es el fire weather o tiempo apropiado para que haya intensos fuegos forestales. Es, según Canadell «uno de los efectos que ya estamos viendo de ese aumento de 1,1 ºC que hemos alcanzado. Algunos de los extremos climáticos que hemos vivido en los últimos 10 años son casi imposibles de explicar sin atribuir una buena parte de la culpa al cambio climático, como las recientes inundaciones en Europa y América», asegura.

Numerosas especies que viven en ecosistemas alpinos, añade, tienen ya problemas para subsistir. «Y en el norte, donde el calentamiento es más rápido, los bosques de taiga están sufriendo incendios, como ocurría antes, pero ahora no se pueden recuperar o les cuesta mucho hacerlo porque hace demasiado calor».

Olas de calor marinas

Otro efecto muy claro para Canadell son las olas de calor marinas: «Hace diez años no sabíamos mucho de ellas pero están teniendo lugar en el Mediterráneo y en muchos lugares tropicales, donde los arrecifes de coral se están degradando muy rápido y también los grandes bosques de posidonia y los bosques de kelp (algas) en California y Australia, que llegan a tener 20 metros altura y están colapsando porque viven en aguas frías y cuando se producen esas olas de calor no pueden recuperarse».

La supervivencia de los arrecifes de coral dependerá de que el ascenso de temperatura se sitúe entre los 1,5 ºC y los 2 ºC: «Con 2,7 ºC de aumento no podrían sobrevivir en las zonas en las que viven ahora, esto no quiere decir que no pudieran crecer en lugares en los que antes no podían porque el agua era muy fría. Y cuando hablamos de arrecifes de coral hablamos de todo el ecosistema, que es muy rico y a nivel de biodiversidad es comparable al de los bosques tropicales», advierte.

Su desaparición, señala, «supondrá una pérdida de muchos recursos pesqueros y afectará a cientos de millones de personas que dependen de esas pesquerías para su sustento».

Pero las implicaciones de un mundo más caluroso para los humanos van mucho más allá de la alimentación, como acaba de mostrar el informe The Lancet Countdown sobre los efectos en la salud del cambio climático del que es coautor Jaime Martínez-Urtaza, investigador del departamento de Genética y Microbiología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAM) y miembro de los paneles científicos de la FAO y la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Proyecciones a largo plazo

Martínez-Urtaza se declara poco partidario de las proyecciones a largo plazo porque asegura que «el cambio climático ya está aquí, afecta a nuestras vidas día a día y causa problemas en la salud. No hay que tener muchos años para darse cuenta de la tendencia. Yo soy gallego y las temperaturas en Galicia no son lo que eran. Las viviendas estaban pensadas para la lluvia y las temperaturas bajas y vemos cómo ahora mucha gente empieza a considerar instalar aire acondicionado», señala.

Hace una década, cuando Martínez-Urtaza comenzó a trabajar en el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades, en Suecia, ya se vigilaba de forma constante la presencia de mosquitos tropicales que actúan como vectores y transmiten enfermedades: «Antes sólo veíamos casos en viajeros que regresaban de otros países, ahora se transmiten en España porque las condiciones son favorables», señala.

Además, cada vez tienen más tiempo: «Solemos fijarnos en la subida de las temperaturas pero quizás lo que tiene más impacto es que la oscilación entre la temperatura mínima y la máxima se ha ido reduciendo. Los inviernos son más moderados que antes y aumentan el periodo en el que pueden actuar estos vectores, antes era un mes y ahora son tres meses, lo que aumenta la probabilidad de infecciones».

Alarmismo por la temperatura del planeta

Este tipo de consecuencias pueden darse en cualquier momento, y lo que vemos, añade, es la punta del iceberg de otros procesos que pueden estar vinculados: «El clima está cambiando forma continuada e irreversible, ni la naturaleza ni la biología es lineal o progresiva, va por blooms, cuando se alcanza una determinada temperatura tienes una explosión poblacional y de repente tienes muchos más mosquitos», señala.

No obstante, considera que «el alarmismo no funciona a la hora de concienciar a la sociedad. Y una cosa pendiente, además de saber quién va a asumir el gran coste económico que va a tener, es cómo vamos a educar a las futuras generaciones para vivir de forma distinta porque lo único que tenemos claro es que no podemos seguir viviendo como vivíamos. Va a haber que hacer cambios muy profundos y hay que discutir cómo vamos a llevarlos a cabo»reflexiona. «Es algo tremendamente difícil, mucho más que una reunión política o montar un ministerio porque va a afectar a todo».

Fuente: TERESA GUERRERO / EL MUNDO,

Artículo de referencia: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/medio-ambiente/2021/11/01/617bc061fdddff65708b460b.html,



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