En un mundo que no sabe qué hacer con una basura de plástico potencialmente eterna, ¿son los materiales biodegradables la solución definitiva? Probablemente no, pero es difícil saberlo. Los fabricantes aún no se han puesto de acuerdo en la definición de «biodegradable».

Además, algunos plásticos fabricados a partir de combustibles fósiles se biodegradan, mientras que otros «bioplásticos» de base vegetal perduran.

Los plásticos biodegradables existen desde finales de la década de 1980, cuando empezaron a comercializarse con la promesa implícita de que desaparecerían de algún modo una vez desechados, igual que las hojas se descomponen en el suelo del bosque por la acción de los hongos y microbios del suelo. Solo que no ha sido así.

Plástico

Los plásticos biodegradables no hacen honor a su nombre en el entorno oscuro y sin oxígeno de un vertedero, por ejemplo, o en las aguas frías del océano, si es que acaban en ellas.

Tampoco pueden tirarse a un compostador doméstico; para descomponerse necesitan los 55 grados de temperatura que genera un compostador industrial.

Y la mayoría de los compostadores industriales solo aceptan plásticos que cumplan determinadas condiciones, para garantizar que no dejarán sin descomponer fragmentos que puedan perjudicar el medio ambiente o la salud humana.

Y si se tiran al contenedor de los reciclables, es posible que se echen a perder estos últimos, pues se estaría creando una mezcla que no ofrece garantías a la hora de fabricar nuevo plástico duradero.

En 2015 el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente descartó los plásticos biodegradables por considerarlos una solución poco realista que no logrará reducir la cantidad de plásticos que llegan a los mares ni prevenir los posibles perjuicios químicos y físicos que causan a la vida marina. El Programa concluía que la etiqueta «biodegradable» podría llegar incluso a fomentar su vertido indiscriminado.

Algunos ingenieros están buscando el modo de soslayar estos obstáculos. En el Instituto de Nuevos Materiales de la Universidad de Georgia, Jenna Jambeck y sus colegas están usando polímeros sintetizados por microbios para fabricar envases que, si todo sale como esperan, se compostarán con rapidez y se biodegradarán en el mar. Su primer objetivo son las bolsas de aperitivos de maíz.

Biodegradación de cualquier plástico

La empresa británica Polymateria trabaja en otra línea: desarrolla aditivos químicos que aceleren la biodegradación de cualquier plástico, ya sea orgánico o sintético. Su director ejecutivo, Niall Dunne, afirma que la meta es lograr un producto que «armonice los plásticos con la biosfera». Son palabras mayores.

Ni el mejor producto biodegradable del mundo desaparecerá por arte de magia. Una maceta -uno de los productos experimentales de Polymateria- podría tardar hasta dos años en disolverse si se abandona en una zanja, admite Dunne. Los biodegradables, apuntan algunas voces críticas, no solucionan el problema de base: nuestra cultura de usar y tirar.

«¿Qué estamos fomentando? -se pregunta Ramani Narayan, catedrático de ingeniería química de la Universidad Estatal del Michigan-. ¿Que lo tiremos y ya desaparecerá?». El enfoque más responsable, advierte, es un modelo de «economía circular» en el que todo se reutiliza o se recicla y «no se toleran vertidos al medio ambiente, ni de plástico biodegradable ni del convencional». 

Noruega ha demostrado hasta qué punto puede funcionar el reciclaje de botellas de plástico, que constituyen gran parte de la basura de las playas: actualmente recupera el 97 % de ellas. El truco: el cobro de un depósito de hasta 2,5 coronas (unos 0,25 euros) por botella y la instalación en la mayoría de los supermercados de máquinas que recogen las botellas y reembolsan ese pago.

Fuente: National Geographic,



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