El ser humano está acostumbrado a la idea de que la geología y la astronomía expresen los secretos del tiempo profundo, ese inmenso arco de la historia no humana que dio forma al mundo tal como lo conocemos. Sin embargo, en los últimos milenios nuestra relación con la naturaleza ha cambiado dramáticamente.

Alguna vez fuimos una clase común de mamíferos con poco efecto sobre la Tierra, pero la idea de que como especie los seres humanos somos efímeros en comparación con el funcionamiento de la naturaleza ya no parece tan persuasiva.

En cambio, nos encontramos en una época en la cual el hombre está cambiado el planeta de maneras que serán evidentes en el registro geológico, es decir, medibles en capas de roca durante millones de años por delante.

Actividad humana

La actividad humana ahora configura la Tierra más que cualquier otro factor geológico o climático independiente: por primera vez en la historia de la Tierra una fuerza geológica autoconsciente está dando forma al planeta. Esta es la época del «Antropoceno».

Como verbigracia de lo anterior, las pesquerías pueden llegar a retirar más del 100% de la producción primaria de los océanos que sería sustentable; las plantas químicas fijan más nitrógeno atmosférico que todos los procesos terrestres naturales combinados; casi la mitad de todo el plástico que alguna vez existió se fabricó en los últimos 13 años, y la cantidad de dióxido de carbono que emitimos ha sido suficiente para alterar la química de los océanos e impactar el clima, quizás de forma irremediable.

Hemos convertido a más del 40% del globo para nuestros usos, ya sea con fines agrícolas o urbanos, a lo que se añaden otros impactos menos visibles como las cicatrices subterráneas y permanentes -sin duda una de las cosas por las que se nos conocerá el futuro son nuestras minas y los pozos de perforación de petróleo y gas-.

Antropoceno

En 2008 un grupo de científicos trabajó en la hipótesis del Antropoceno y encontró evidencia concreta de la huella del ser humano en el planeta, entre las que se encuentran miles de millones de toneladas de concreto, vastas cantidades de aluminio fundido y otras aleaciones más exóticas, partículas esféricas de cenizas generadas en centrales eléctricas, radioisótopos de bombas nucleares y 6 mil millones de toneladas de plástico.

Ocho años más tarde, un grupo de científicos, «El Grupo de Trabajo del Antropoceno», propuso que fue a mediados del siglo XX, justo después de la Segunda Guerra Mundial, el momento en que la Tierra entró en esta nueva época, momento que coincide con el surgimiento de las bombas atómicas y el estallido de nuestra sed por carbón y petróleo.

Pero antes de aceptar formalmente esta propuesta y declarar oficialmente al Antropoceno como una nueva época geológica, se debe determinar si realmente existen registros significativos del Antropoceno en la estratigrafía global. Hay que considerar, por ejemplo, que en las profundidades del mar la capa de sedimentos que representa los últimos 70 años sería más fina que 1 milímetro.

Ello genera que persistan dudas sobre la ciencia tras la propuesta y que sus supuestos, aplicados en lodos de sólo décadas de antigüedad, sean aplicables a los estándares que se utilizan para conformar la escala de tiempo geológica -aquella que cubre los casi 4.600 millones de años de vida de nuestro planeta-, que se basan en rocas que registran los límites estratigráficos más antiguos.

Idea más popular

Desde que la idea comenzó a ser más popular, también han aparecido con fuerza críticas desde sectores distintos a las ciencias geológicas, las que no cuestionan la base de la idea, sino otras dimensiones involucradas en la definición.

Entre ellas, que la propuesta sería arrogante, pues «La Época del Ser Humano» tiene la imagen implícita de nosotros como súper especie que capaz de manejar la naturaleza a su antojo, y el término parece anteponer nuestros intereses egoístas y celebrar el control humano tal como la mitología griega de Prometeo.

Este es un motivo central de por qué el análisis del Antropoceno requiere, primero, tomar una perspectiva de análisis de bienestar, y segundo, en lugar de esfuerzos aislados, un trabajo integrado que considere distintas especialidades, tanto de las humanidades como de las ciencias exactas y las ciencias naturales, que permitan lograr un mejor entendimiento de las actividades humanas que alteran los sistemas ambientales y los procesos que los impulsan.

¿Quién es el culpable del problema?

También hay quienes señalan que el problema no radica en la especie humana, sino en el sistema capitalista que impera en el mundo. Bajo esta óptica resulta injusto generalizar y asumir que todos tenemos el mismo grado de responsabilidad en afectar el planeta, pues las regiones más pobres y menos aventajadas sufren las consecuencias del panorama global de desigualdad que crean los países ricos, que a su vez multiplican sus ganancias.

Por ejemplo, cada año los seres humanos consumimos cerca de 14 terawatts de energía, en su mayoría suministrados por la quema carbón, petróleo y gas natural.

Eso corresponde a cerca de 2.000 watts por persona, pero claramente la distribución es dispar. De hecho, hogaño cerca dos mil millones de personas carecen de un acceso confiable a la energía moderna, y dependen en gran medida de la quema de carbón, estiércol o madera para proveerse de luz, calor y cocina.

Sesgo tecnocrático

Todo esto además del sesgo tecnocrático de la narrativa dominante, que tiene como motor a la tecnología y la sucesión de invenciones, sin considerar el papel trascendental de dimensiones como la ideología y la economía política de naciones e imperios; al hecho de que bajo ciertas condiciones hoy día las economías están más expuestas a las turbulencias inducidas por el sector financiero, y a que para algunos la civilización industrial podría colapsar en las próximas décadas debido a la explotación no sustentable de los recursos y a una distribución cada vez más desigual de la riqueza.

Luego, inculcar una narrativa eurocéntrica, elitista y tecnocrática del compromiso humano con nuestro entorno estaría fuera de sintonía con el pensamiento contemporáneo de las ciencias sociales y las humanidades, por lo que algunos señalan que el Antropoceno no se debería plantear como la geología de una especie, sino más bien la de un sistema, el capitalismo, y como tal debería ser rebautizado como el «Capitaloceno».

Otras propuestas

A ello se añaden una mirada de otras propuestas para bautizar esta nueva época, las que incluyen el «Plasticeno» -suciedad-; «Piroceno» -combustible-; «Misantropoceno» -odio-; «Carboceno» -que enfatizan la acumulación de CO2-; «Tenatoceno» -por el rol de las guerras-; «Fagoceno» -debido al nivel de consumo-; e incluso la versión feminista de «Mantropoceno» -en referencia a la ausencia inicial de mujeres en el Grupo de Trabajo del Antropoceno, pese al importante número de investigadoras que estudian las ciencias de la Tierra-.

Ahora, independiente de los desacuerdos, es indiscutible hemos estado manejando los biomas y creando nuestros propios tipos de ecologías por un tiempo muy largo. Como ya señalaba Bill McKibben en 1989, esto significa el fin de la naturaleza como una fuerza independiente del hombre.

En el Antropoceno, término que se ha convertido en una forma alternativa de decir «hoy en día», puede que simplemente no haya espacio para la naturaleza, al menos no de la forma como nos gusta imaginarla y como la celebramos -un lugar prístino y separado de los seres humanos-.

Influencias humanas

Esta nueva época significa, al menos, aceptar las influencias humanas en el planeta. Por otro lado, reconocer o no formalmente a esta época probablemente no importe mucho fuera de la actividad científica, pues la expresión se seguirá usando libremente, tal como sucede hoy con términos arqueológicos como el Neolítico o la Edad de Bronce.

Y es muy posible que las controversias que rodean la idea del Antropoceno tengan el efecto de llamar más la atención sobre el cambio ambiental que estamos experimentando a nivel global.

Fuente: Fernando Acosta/ «La forma en que vivimos»,



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