¿Es posible que Occidente deje de comerciar con los productores de petróleo?

Guinea Ecuatorial encarna lo que algunos teóricos llaman la maldición de los recursos naturales. Es uno de los países más ricos de África gracias a sus reservas de petróleo. Desde que comenzó a explotarlas, hace un cuarto de siglo, el tamaño de su economía se ha multiplicado casi por 20. 

Nada de ello parece haber repercutido en el nivel de vida de sus ciudadanos (dos tercios de la población vive en extrema pobreza, con menos de dólares al día). Pero sí en la de una élite que ha hecho del país su feudo y lo gobierna con mano de hierro para mantener las reglas de juego.

Algo similar sucede en Irak, Siria, Arabia Saudí, Qatar, Nigeria, Venezuela… Salvo contadas excepciones, como EE UU y Noruega, los países ricos en petróleo son menos democráticos, menos estables económicamente y sufren más violencia (delincuencia, guerras) que los que no tienen crudo. El filósofo Leif Wenar, profesor en el King’s Collegue de Londres, reflexiona en torno a esta maldición en Petróleo de sangre (Armaenia). 

Responsabiliza en última instancia a los países consumidores por perpetuarla al acceder a comprar un petróleo obtenido de forma ilegítima y cuya venta sirve para financiar regímenes autoritarios como el saudí o la ofensiva del Estado Islámico. “En la mayoría de estos países, el petróleo comienza a ser explotado con una dictadura ya establecida y ese dinero fortalece al dictador”, explica el autor en una entrevista.

El “petromundo” que describe Wenar en su ensayo mueve más de dos billones de dólares al año. Aunque cada vez se habla más de la necesidad de reducir la dependencia de los combustibles fósiles, sus derivados aún están presentes en multitud de productos, como gafas, cremas, insecticidas, champú, detergentes, productos de limpieza, zapatos, envases de alimentos, cables, bolsas de plástico, juguetes… Pero tan solo el 16% de las reservas del petróleo se encuentran en países considerados “libres” por la organización Freedom House.

Propone Wenar dejar de comprar petróleo a esos países por considerarlo un robo a la población. “Existe una ley no escrita en el comercio internacional que convierte en legal en un país algo obtenido ilegalmente en otro. Pasa con el petróleo y con minerales como el coltán, con el que se fabrican los móviles, a veces obtenido con violencia extrema en República Democrática de Congo”, explica. También sucedió con los diamantes de sangre que financiaron las carnicerías de Charles Taylor en Sierra Leona y Liberia en los noventa.



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