Con el frío, llegan la nieve y las heladas y para poder circular y salvar las carreteras, desde hace décadas se esparce la sal, lo que evita que la humedad se congele, permitiendo la circulación de los coches. Es algo bueno, en teoría, sin embargo, es una práctica que esconde muchos aspectos negativos, algunos muy preocupantes para el medio ambiente.

En España, un 7% de la producción de sal se destina a las carreteras. Los compradores son el Estado, las Comunidades Autónomas y las Corporaciones locales. Fomento destina a los elementos que disuelven el hielo más de diez millones de euros al año. Una tonelada de sal vale entre 60 y 80 euros y unas alternativas más caras son el acetato de calcio y el magnesio, más biodegradables y menos corrosivas, arenas y gravillas o productos agrícolas residuales como la urea.

Según informa Fomento: “Desde hace ya unos años todos los trabajos preventivos de extendido de fundentes en la red de carreteras del Estado se llevan a cabo con salmueras de cloruro sódico. Su gran ventaja radica en el mayor tiempo que el fundente permanece sobre la calzada, en la mayor homogeneidad que se obtiene al extender el producto y en la considerablemente menor afección medioambiental”.

Además, “al inicio de cada campaña se exige que todos los equipos de extendido de fundentes en forma sólida cuenten con los oportunos certificados de calibración, de forma que no se superen los rangos máximos de error establecidos. El producto se encuentra en tanques de material plástico o de acero vitrificado, protegido frente a la lluvia y sin que exista contacto directo entre el fundente y el terreno natural”, aclaran desde el Ministerio.

Además de corroer las carrocerías de los coches y dañar las infraestructuras, el uso de la sal en las carreteras conlleva serios riesgos para el medio ambiente. Como demostraron unos científicos de Estados Unidos, la sal se descompone en sodio e iones de cloruro que terminan en el terreno, son absorbidos por las plantas, se deslizan en los acuíferos y atraen el interés de los animales que los acaban lamiendo.

Una de las consecuencias más graves, por ejemplo, atañe a las truchas arco iris. La alta concentración de sal en Lago George, Nueva York, ha llevado a mermar las habilidades de natación de este animal, por lo que se ha convertido en una presa más fácil. No solo eso: el exceso de sal también causa desequilibrio entre varones y hembras en los huevos de rana, a favor de los machos. Esto conlleva una reducción de la población, ya que cada ejemplar hembra puede poner solo un número limitado de huevos.



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