De un día para otro, el Mediterráneo se quedó sin tráfico por el coronavirus y sus habitantes, sin estrés: el ruido submarino se redujo a la mitad justo en la época en la que se reproducen sepias, pulpos o cigalas, lo que está favoreciendo su apareamiento.

«Si un árbol cae en un bosque y, nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido?», preguntó el maestro al alumno en la tradición del budismo zen. Si los seres humanos nos extinguiéramos de la faz de la tierra, los jabalíes y los zorros serían los primeros en apoderarse de algunas ciudades, mientras delfines, cachalotes y tiburones nadarían cerca de las playas y dentro de los puertos, pero nadie estaría allí para verlos.

La pandemia del coronavirus, si para algo ha servido, es para que echemos un vistazo al fin del mundo desde el balcón, y descubrir cómo sería el principio del fin de nuestra civilización, y cómo actuarían nuestros sustitutos. «Pero no digamos que invaden nuestros territorios, nosotros les hemos ido echando del suyo», advierte el biólogo marino y explorador de National Geografic Manu San Félix.

Mediterráneo

A mediados del pasado marzo, todas las criaturas que surcan el Mediterráneo occidental tuvieron una semana rarísima. Primero desaparecieron los barcos recreativos. Al poco los trasatlánticos remataron sus vacaciones, o lograron atracar en algún puerto. Desapareció el ruido de los aviones. Decenas de buques portacontenedores quedaron fondeados en medio del Mediterráneo sin saber a dónde ir.

«Es como si llevas meses con una obra al lado de casa, te has acostumbrado a ella y, de repente, dejan de hacer ruido», explica Txema Brotons.

Nada más iniciarse la cuarentena, el biólogo marino y presidente de la asociación Tursiops, que lleva más de 20 años espiando las conversaciones de los cetáceos, se subió a su velero, el Irifi, y empezó a colocar hidrófonos a treinta metros de profundidad, para escuchar lo imposible. O, por primera vez, algo parecido al silencio, y qué hacen con él estas criaturas.

El paso de Es Freus, entre las islas de Ibiza y Formentera, se convierte en verano en una de las zonas más ruidosas de mediterráneo occidental.

En la superficie uno de los mayores atascos del mundo. Bajo el agua, una especie de discoteca submarina. Allí, entre el 15 de marzo y el 1 de mayo, en comparación a las mismas fechas de 2019 y 2018, el hidrófono confirma que ruido se redujo en tres decibelios. «Puede parecer muy poco, pero eso en el mar es la mitad», anuncia Brotons.

Animales sensibles al sonido

San Félix recuerda que los cetáceos son animales «ultrasensibles al sonido», y que lo que había «les tenía que doler». Sin ruido que les impida comunicarse a grandes distancias, sin barcos de gran tonelaje contra los que impactar, y con mucha menos pesca, en el primer mes de confinamiento, el oeste del Mediterráneo registró 15 avistamientos de tiburones peregrinos, una cantidad insólita.

El ser humano les había obligado a comportarse en contra de su naturaleza, que es pasar mucho tiempo cerca de la superficie para alimentarse y, precisamente durante los meses de cuarentena, socializar para aparearse.

«Se alimentan de plancton, que en los temporales de invierno afloran desde aguas profundas a la superficie. El viento y las corrientes lo acercan a la costa, por eso buscan las calas y playas poco profundas, pero como hasta ahora ahí había mucho ruido y decenas de miles de embarcaciones les echábamos. Son además muy miedosos y te evitan al más mínimo ruido», explica San Félix.

Tras un mes de confinamiento, la ONG conservacionista Xaloc, con sede en Valencia, ya había recibido un centenar de vídeos de Murcia, Baleares, Málaga y el sur de Cataluña con más tiburones, o alguno de los 117.000 delfines listados, 10.000 delfines mulares, 5.000 rorcuales y 400 cachalotes que se cree que habitan nuestro trozo de Mediterráneo, reivindicando su espacio. Brotons precisa que «no es que haya más delfines, simplemente ahora los vemos».

Tampoco hay más peces, explica Iván, portavoz de la cofradía de pescadores de Formentera, simplemente, explica Pere Varela, su homólogo en Ibiza, que «en el confinamiento se pescaba mejor». El Mediterráneo occidental se quedó en exclusiva para las especies.

Pescado fresco

Sin embargo, el 70% de su demanda es pescado fresco, por lo que durante la primera semana de estado de alarma, y con la hostelería cerrada, descubrieron que no eran capaces de colocar sus capturas.

La segunda semana, el volumen de pescado comercializado en Mercabarna, el principal mercado mayorista de pescado procedente de Cataluña, cayó un 66% y, la tercera semana, entre el 30% y el 80% de las flotas simplemente dejaron de salir, según el informe La reacción del sector pesquero mediterráneo español y de su mercado a la crisis del coronavirus, publicado por la Fundación y consultora ambiental ENT.

San Félix explica que, durante la pandemia, muchísimas especies, como las sepias, los pulpos o las cigalas se encontraban en fase de reproducción. Una especie de orgía submarina, a la que el silencio podría haber proporcionado una mayor intimidad, «cuyas consecuencias veremos a finales del verano».

También advierte que la flota pesquera tiene capacidad para reabsorber todo lo recuperado en muy poco tiempo: «El 90% del mar está sobreexplotado, nos hemos cargado el 90% de los grandes peces del planeta, el 99% de los tiburones, este parón al mar al fin y al cabo es un minisegundo». También recuerda que el Mediterráneo es muy grande, y que parte de él lo compartimos con el norte de África, cuyos países «no se pueden permitir el lujo de parar dos meses».

Mediterráneo: isla de Formentera

Tras realizar algunas inmersiones en la isla de Formentera, uno de los territorios que se encuentran en fase 3, San Félix llama la atención sobre un agua «más clara de lo habitual, con menos materia orgánica», algo perceptible en el mismo puerto; pero también en las salidas de los emisarios submarinos de aguas residuales de una población a la que le falta el turismo.

Por eso cree que aunque «no habrá un gran cambio, la cuarentena ha demostrado que reduciendo un poco la presión la naturaleza lo agradece, se nos vuelve a mostrar, y nos lanza un mensaje muy bonito, que nos inspira sobre cómo deberían ser las cosas en el futuro».

Fuente: RICARDO F. COLMENERO / EL MUNDO,

Artículo de referencia: https://www.elmundo.es/papel/historias/2020/06/17/5ee8eac0fc6c83ff568b4657.html,



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