En él se advierte de que la reducción de la masa forestal merma las precipitaciones en las regiones y los continentes correspondientes.

David Ellison, de la Academia de las Ciencias de Hungría y miembro del equipo, comentó: “¿Son positivos los bosques para el agua? Una pregunta aparentemente sencilla como esta divide a la comunidad científica en dos bandos: aquellos que consideran que los árboles absorben agua y aquellos que afirman que la proporcionan. Este artículo demuestra que la diferencia entre ambos grupos depende de la escala espacial a la que se sitúe el observador. Los bosques, cuya contribución al ciclo del agua es crucial para la supervivencia humana y el bienestar futuro, deben considerarse como un bien público global y han de conservarse y aprovecharse en beneficio de todos”.

Los árboles ejercen de consumidores de agua desde el punto de vista local, pero a mayor escala aportan a la atmósfera humedad que posteriormente se transforma en lluvia. Algunas zonas secas dependen casi en su totalidad de la lluvia formada a partir de la humedad procedente de zonas boscosas.

En la actualidad es la primera interpretación, la de los árboles como consumidores de agua, la que sirve de base para distintos textos jurídicos como la Directiva 2000/60/CE, la Directiva Marco del Agua (DMA) de la Unión Europea, en la que se incluyen reglas para la fijación de los precios del agua. Esta directiva pasa por alto la contribución que realizan los bosques al ciclo del agua.

Si la masa forestal sigue menguando, existe el riesgo de que tanto la lluvia como las reservas de agua se reduzcan en muchas regiones. Para adaptarse a estas circunstancias cambiantes será necesario poner en marcha estrategias de reforestación que aumenten las precipitaciones en regiones en las que se estén registrando reducciones. La urbanización, la deforestación progresiva y la recalificación de terrenos de forestal a agrícola pueden influir de forma negativa en la precipitación global. Este estudio recomienda que los políticos tengan en cuenta la relación entre los bosques y las precipitaciones al calcular el valor de los servicios ecosistémicos, fomentar la forestación, desarrollar estrategias de mitigación de sequías, gestionar el uso del suelo y medir las “huellas hídricas”.

La huella hídrica es un indicador del uso del agua que considera tanto el empleo directo como el indirecto de ésta por parte de consumidores y productores. La huella hídrica de una persona, comunidad o empresa se define como el volumen total de agua dulce que se utiliza para producir los bienes y servicios consumidos por la persona o comunidad o producidos por las empresas.

La legislación europea sobre agua comenzó en 1975 con el establecimiento de estándares para ríos y lagos utilizados para la extracción de agua potable y continuó con la legislación formulada en 1980, en la que se establecieron objetivos de calidad vinculantes para el agua potable. También se incluyó en la legislación objetivos de calidad para las aguas de pesca, de extracción de marisco, para el recreo y las aguas subterráneas. Su principal elemento de control de las emisiones fue la Directiva sobre Sustancias Peligrosas 76/464/CEE.

La política hídrica europea ha atravesado un proceso de reestructuración en profundidad y la DMA adoptada en 2000 estableció los objetivos para la protección de las masas de agua en el futuro. No obstante, en su formulación actual, los bosques sólo se mencionan en ella en una ocasión y en ninguna la silvicultura, a pesar de su importancia para arroyos, ríos y lagos.

El equipo descubrió que los objetivos principales de las estrategias de forestación en Europa han sido la captura potencial de carbono por parte de los bosques o su valor como fuentes de bioenergía. Su posible uso como herramienta de adaptación, en concreto para fomentar el aumento de las precipitaciones y combatir la sequía, se ha subestimado en gran medida.



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