
Un manto de preocupación se extiende nuevamente sobre la salud global, un eco de temores que parecían disipados con el fin de la Guerra Fría. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha recibido el encargo, por parte de 86 de sus Estados miembros reunidos en su Asamblea anual, de retomar un análisis crucial: las devastadoras consecuencias que una guerra nuclear tendría sobre la salud humana y los servicios sanitarios. Esta iniciativa resuena casi cuatro décadas después del último informe de la OMS al respecto, fechado en 1987.
La sola mención de este tema ha desatado una palpable incomodidad en los círculos diplomáticos. Rompiendo una regla no escrita que busca el consenso en las decisiones de la Asamblea, la resolución que devuelve esta tarea a la OMS tuvo que someterse a votación. El resultado reflejó las tensiones subyacentes: 28 abstenciones y 14 países votaron en contra, una postura explícitamente secundada por Rusia y Corea del Norte.
Creciente tensión
Durante años, conforme la amenaza nuclear de la Guerra Fría parecía desvanecerse, la OMS había dejado de elaborar informes sobre las ramificaciones sanitarias de un conflicto atómico. El último de estos análisis, que también abordaba el impacto de las armas nucleares en el medio ambiente, data de 1993. Sin embargo, el actual contexto geopolítico, caracterizado por crecientes tensiones que involucran a potencias con capacidad nuclear, ha reavivado la urgencia de estas evaluaciones.
Un grupo de pequeños Estados insulares —Islas Marshall, Samoa y Vanuatu— fue la fuerza impulsora detrás de esta reactivación. Lograron tejer una importante coalición de países de todas las regiones que respaldaron la resolución. Curiosamente, los Estados que más firmemente abogaron por encargar a la OMS este nuevo estudio, basándose en los avances científicos y tecnológicos más recientes, fueron aquellos en cuyos territorios se realizaron ensayos nucleares durante el siglo XX. Lugares como Islas Marshall (afectadas por pruebas de Estados Unidos), Australia y el Pacífico (por Reino Unido), y Argelia (por Francia), aún cargan con el legado de aquellos experimentos.
Argumentos contrapuestos
La votación dejó al descubierto las divisiones. Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Polonia y otros países europeos, junto con Turquía, Pakistán e India (estos dos últimos, potencias nucleares), optaron por la abstención. Su justificación: la existencia de otros organismos que ya realizan evaluaciones similares a las que ahora se le piden a la OMS.
Por su parte, Rusia y Corea del Norte, quienes votaron en contra, argumentaron que este encargo excede las funciones inherentes a una organización sanitaria. Además, señalaron que la tarea requerirá recursos considerables en un momento en que la OMS enfrenta desafíos financieros.
La urgencia de la evidencia
Mientras tanto, organizaciones de la sociedad civil han jugado un papel fundamental en devolver este crucial tema a la agenda de la OMS. Destaca en este esfuerzo la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear, fundada a principios de los años ochenta y galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 1985 por su incansable labor.
Charles Johnson, director de políticas de esta Asociación, manifestó a EFE su satisfacción: «Nos complace que la gran mayoría de las naciones reconozcan la importancia de actualizar estos estudios fundamentales». Para esta entidad, los recientes acontecimientos refuerzan la imperiosa necesidad de restablecer el mandato de la OMS para que proporcione «pruebas autorizadas y actualizadas sobre el riesgo que supone una guerra nuclear para la supervivencia humana y la estabilidad de los sistemas terrestres». El renacimiento de este estudio no es solo un ejercicio académico, sino un recordatorio de una amenaza latente que exige una conciencia renovada y una preparación adecuada por parte de la comunidad internacional.