Noruega quiere enchufarse al siglo 22 fomentando vehículos eléctricos e híbridos

A pesar de tener una fuerte industria petrolera, el Ejecutivo conservador de Erna Solberg empezó el año con un gran objetivo: eliminar los coches de combustión fósil a partir de 2025. “Está en nuestro ADN dejar a las generaciones futuras las cosas en mejores condiciones de las que las recibimos”, defiende Inger Solberg, directiva de Innovation Norway (IN), la agencia pública que invierte 400 millones de euros anuales en sostenibilidad.

El silencio de la nieve es especial en Oslo, la capital de este país de cinco millones de habitantes. Pero hay algo más en la atmósfera que ese sigilo y esa especie de recogimiento luterano: los coches no hacen ruido. Noruega se ha puesto el ambicioso objetivo de acabar con la compraventa de coches diésel y gasolina en 2025 para fomentar los vehículos eléctricos e híbridos. “Es perfectamente realista”, asegura Vidar Helsegen, ministro de Medio Ambiente. Uno de cada tres coches ya tiene interruptor, desvela Christina Bu, secretaria general de la asociación nacional de coches eléctricos.

Como país productor de petróleo (40% del PIB), las cuentas noruegas sufrieron un fuerte golpe con la crisis que el sector atravesó entre 2014 y 2016 con motivo de la caída del precio del crudo. El país “no puede vivir del petróleo” por mucho más tiempo, se resigna Helsegen. Y llegados a este punto, los noruegos sufrieron “un cambio de mentalidad”, ilustra Solberg.

Ese giro se refleja en las calles de Oslo (610.000 habitantes), donde una inmensa cantidad de coches sustituye el ruido del tubo de escape por un leve murmullo de baterías. En una de las calles del centro se agolpan los conductores para poder cargar sus coches durante unas horas. “Noruega está de diez a cinco años por delante del resto del mundo”, defiende Christina Bu frente a un Buddy, el único coche de fabricación noruega y, por supuesto, eléctrico. La cuota de mercado de vehículos con enchufe fue del 30% en 2016. Y subiendo, muy a pesar de la “oposición tradicional”, aquellas personas que compraron coches diésel “convencidas de que contaminaban menos”, reprocha Arne Melchior, del Instituto Noruego de Asuntos Internacionales (Nupi).

En un contexto en el que el partido del Progreso (Fremskrittspartiet), de extrema derecha y miembro del Gobierno de coalición con los conservadores, pierde escaños estrepitosamente, esta se perfila como una iniciativa política que defiende como modo de recuperar la popularidad de cara a las elecciones de septiembre ante una población que exige mejores medios de transporte, opina Indra Øverland, experto en energía y clima de Nupi.

Esta paulatina independencia del crudo, sumada a los acuerdos de París de 2015 -reducir las emisiones en un 40% para 2030- han llevado a Noruega a “la era postpetróleo”, según Bu. Y el motivo de la popularidad de estos vehículos en Noruega (en 2016 se agotaron las 100.000 matrículas con el distintivo EL que los identifican como eléctricos) es puramente económico; exención del IVA (25%), del impuesto de matriculación, del pago de peajes y de aparcamiento. “Es un esquema muy generoso”, presume Helsegen. Y cuesta encontrar opositores a estos atractivos.

En Oslo los elegantes y lujosos Teslas invaden las vías como en ninguna otra capital europea, pero también otros modelos más modestos y silenciosos. Slavko Vitkovic, de 37 años, tiene un Nissan eléctrico y asegura lacónico, cualidad generalizada en sus convecinos, que su vehículo “es mucho mejor y mucho más barato”. Cae la nieve con fuerza y este hombre de 37 años invita a sentarse en el asiento del conductor para apreciar las bondades del vehículo eléctrico mientras se carga en una de las estaciones frente al majestuoso Ayuntamiento color ocre.



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