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Durante el siglo pasado las campañas de vacunas han sido una de las herramientas con mayor éxito en el ámbito de la salud pública. Este logro, en parte, se lo debemos a Edward Jenner. En 1796, este médico rural inglés dio un paso más en sus investigaciones al darse cuenta de que las personas que estaban en contacto con vacas enfermas por la viruela vacuna no se llegaban a infectar con la versión humana del virus, que tantas muertes y secuelas graves producía anualmente.

Para confirmar sus sospechas, Jenner inoculó en sus pacientes líquido de las pústulas de las vacas infectadas de viruela vacuna y observó que esas personas desarrollaban protección contra la viruela humana. Nacía así la primera vacuna (término que hace referencia a su origen en el ganado vacuno).

Este descubrimiento tuvo gran relevancia a nivel científico y social y desencadenó un plan de vacunación que tuvo su máxima difusión en el siglo XX. En el año 1980, la viruela era erradicada en todo el mundo.

La erradicación absoluta de una enfermedad es, precisamente, el mejor de los argumentos para manifestar que las vacunas no solo son importantes, sino que son una de las herramientas más eficaces para combatir enfermedades que, de otra manera, causarían una alta mortandad.

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Vacunas

Según la Organización Mundial de la Salud, si no administráramos vacunas se produciría la muerte de unos tres millones de personas al año por enfermedades infecciosas. De todas ellas, dos millones y medio serían niños.

Esta cifra es lo suficientemente escalofriante como para asumir los efectos secundarios que las vacunas pueden tener en un pequeño porcentaje de la población. Si se evalúa la relación entre el posible riesgo de la vacuna y sus beneficios, la balanza se inclina con claridad hacia el lado de los beneficios.

Además, hay que señalar que la mayoría de los efectos adversos que se producen por la vacunación son leves, transitorios y se limitan a un dolor pasajero o tumefacción en el lugar de la punción.

Los efectos adversos más graves (reacciones anafilácticas y encefalopatía) son muy poco frecuentes (aproximadamente un caso de cada millón de vacunas puestas) y mucho menos comunes que los que se producen por la propia enfermedad de la que se protege.

Pese a todo, cada día existen más movimientos antivacunas que lanzan consignas sin evidencia científica intentando confundir a la población. Algunos de estos grupos toman como punto de partida un artículo publicado en la revista The Lancet que asociaba el uso de la vacuna triple vírica con la aparición de autismo en niños.

Años más tarde se comprobó que el investigador del artículo, Andrew Wakefield, había manipulado los datos por intereses económicos poco éticos. De esta manera la asociación entre triple vírica y autismo quedA desacreditada aunque se siga utilizando como mecha para encender la llama del desconocimiento. El artículo fue retractado doce años después de su publicación, pero el daño ya estaba hecho.

Un proceso seguro

La incesante amenaza de la COVID-19, presente en nuestras vidas desde hace ya un año, invita de manera salvaje a dar rienda suelta a la sinrazón y a todo tipo de miedos entre la población que duda de la fiabilidad de la vacuna. Nada más lejos. La comercialización de cualquier vacuna pasa por el cumplimiento de tres fases de control y una cuarta fase más, posterior a su comercialización, que permite detectar problemas y reacciones durante el uso de la vacuna.

En las distintas fases se valora la seguridad, se definen las dosis, se estudia la eficacia de la vacuna frente a un grupo placebo y se analizan los efectos adversos.

Las vacunas contra la COVID-19 también han pasado estas fases, aunque la urgencia sanitaria que estamos viviendo, unida a una gran inversión económica y científica, han sido responsables de una reducción notable en los tiempos habituales de cada proceso.

Las dudas, los miedos y la incertidumbre ante una vacuna que, por sus características se sale de lo normal, son lógicos. Pero más terror da pensar en las devastadoras consecuencias de toda índole que este virus cronificaría en nuestra sociedad por carecer de vacuna.

Es crucial vacunarse porque no solo nos protegemos a nosotros mismos sino a los que nos rodean. Es un acto en el que cada uno de nosotros colabora con el bienestar del otro. Y así conseguiremos vislumbrar un futuro más esperanzador.

Fuente: Dra. Carolina Hurtado Marcos / THE CONVERSATION,

Artículo de referencia: https://theconversation.com/por-que-vacunarnos-153038,



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