Daniela Moreno Wray  es una de ellas. Todo comenzó hace dos meses, cuando se enteró de que sus padres vendieron la casa de su abuelo, que queda en la calle Guayanas, cerca del centro comercial Jardín, para que sea demolida  y se construya un edificio. ¿Qué iba a pasar con el toronjal que su tío sembró de pequeño junto a su abuelo? ¿Qué conocimientos se iban a extraviar? ¿Qué recuerdos iban a olvidarse con la pérdida del árbol? Que el hombre es egocéntrico fue lo primero que Daniela pensó. “Los humanos tenemos una relación de poder frente a los otros seres. Pensamos que se puede hacer lo que nos da la gana: derrumbamos árboles como si fuéramos mejores que ellos. El poder no es lo mismo que la  superioridad y mucha gente actúa como si lo fuera”.

El toronjal ha sido parte de la vida de Daniela desde que ella es pequeña. El deseo de difundir la idea del crecimiento de la ciudad como un movimiento que toma en cuenta la importancia de la naturaleza, se concretó  cuando ella  se dio cuenta de que su árbol iba a desaparecer.

“En el concreto no crece nada. Cada vez más nuestras ciudades se convierten en selvas de cemento y se va perdiendo  el tema de la vida. No puede ser así. Los árboles son vida: nos dan frutos, son generosos, siempre están cargados…”.

En la sala de su departamento, un calendario gigante y diseñado por ella cuelga de la pared. “Casa de árbol”, dice con letras en imprenta dentro del cuadrado que marca el 16 de mayo. Ese fue el día en que la directora del Jardín Botánico Carolina Jijón aceptó que  el toronjal fuera trasladado de la casa de los Moreno Wray a esa zona de La Carolina. La idea era que el árbol de la familia se convirtiera en un árbol de la ciudad; que  reflejara el hecho de que no estaba siendo desplazado,  sino trasladado a su nueva casa:  un espacio público en donde, ahora, gracias a él se crearían lazos entre el arte, los ciudadanos y la naturaleza.

Muchas personas han intervenido en esta iniciativa de Daniela. Músicos como DJ Patán, Vilma Roja y Venus, Tambores y Otros Demonios o Pablo Villacís; artistas visuales como La Suerte, Felipe Jácome o el colectivo Hormiga participaron en la primera minga que se organizó para recaudar los fondos que se utilizarán en la compra de la maquinaria que necesitan los arboristas Sofía Paredes  y Jorge Polo para trasladar el toronjal. Son $1 500 que requieren para esa máquina que básicamente mueve la tierra y la acomoda con un compresor de aire que intenta dejar libres a las raíces pequeñas para que sean mayores las probabilidades de que el árbol se salve.   

Nada que ver con el caso de Alejandrina Villaroel, que en junio del año pasado hizo un movimiento parecido al de Daniela. El traslado de sus árboles fue más rudimentario. Compró un tractor con su familia y  básicamente los movió así.  Debido a la construcción de la Ruta Viva, más de 370 árboles plantados por ella y sus primos en la hacienda de su abuelo en Tumbaco  iban a ser afectados. Para salvarlos, ella convocó a la gente a través de su página de Facebook.  La idea era que las personas que viven en el valle de Tumbaco adoptaran los árboles. Entre sesenta y setenta limoneros Tahiti y Meyer, mandarinos de la costa, chirimoyos, aguacates y guayabos fueron trasladados. Cincuenta árboles  fueron banqueados en el sitio por las personas interesadas.

La hacienda tenía alrededor de cuatro  hectáreas, ahora queda una hectárea y media y unos cuantos árboles que la gente no se llevó. Un guayabo de 150 años, con un tronco gordo, liso y color gris yace sobre el piso. Este es uno de los que se salvó, pese a que la gente que sabía del tema pensó que no sobreviviría. Antes de que la madre de Alejandrina naciera, el árbol se cayó, pero sus raíces quedaron intactas, por lo que  siguió viviendo. Las ramas crecieron hacia arriba y ahora mide más de cuatro metros. Tiene un aspecto muy sofisticado. Sus ramas son delgadas y algo rebeldes: parecen serpentinas estáticas.

El macadamio es el árbol más voluptuoso del terreno. Su diámetro es de seis metros y su altura llega a los ocho. Sus hojas están muy sanas, son de color verde oscuro; racimos de nueces caen entre ellas. Este es uno de los  árboles que más rápido se recuperó. Limoneros, manzanos,  chirimoyos y aguacates siguen con algo de musgo en sus ramas, pero empiezan a dar sus frutos.

 Para que estos árboles, que fueron trasladados a lo que queda de la hacienda, se repusieran pronto, hubo que talar algo de sus ramas. De esa manera la savia se concentraba en el tronco y la parte más baja del arbusto; de lo contrario hubiese sido muy difícil que llegue hasta el final de la copa. Los primeros meses, Alejandrina  regó carboncín rudicular sobre las raíces de los árboles afectados. Esto permitió que las raicillas pequeñas pudieran absorber los nutrientes con fácilidad.    

Un cuidado parecido han tenido personas  como Byron Albuja y Sonia Guzmán, que adoptaron los árboles de la hacienda.  Sara Bolaño que trabaja en el Centro Cultural Metropolitano, tendrá que hacer las cosas de una forma similar. Ella, igual que Daniela, quiere salvar un árbol que está en  la Biblioteca Municipal.

La conciencia ecológica y el bienestar de estos arbustos crece entre la gente en  la ciudad. Si bien es cierto que esta se  convirtie cada vez más  en una selva de concreto, hay personas que buscan abrir un espacio a la naturaleza.



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