A través de especializados análisis anatómicos y microestructurales, un equipo internacional logró establecer que el registro fósil de Montsechia vidallii asciende a 130 millones de años, lo que la convierte en la primera planta con flor conocida.

“Montsechia es una angiosperma inequívoca, con un carpelo cerrado e indehiscente. El fruto contiene una única semilla que se sitúa cabeza abajo, con el micrópilo apuntando hacia el punto de sujeción y el funículo discurriendo ventralmente respecto a la placenta, en la base, hasta el hilo, situado cerca de la parte superior”, describen los responsables del estudio publicado en la revista PNAS.

Los paleontólogos advierten que la misma morfología se observa actualmente en Ceratophyllum, una planta acuática cuyas flores subacuáticas no muestran las partes típicas que conocemos en otras flores, como los pétalos o los nectarios para atraer a los insectos polinizadores.

“Montsechia era una planta acuática que vivía y se reproducía bajo la superficie del agua, y que al igual que Ceratophyllum, presentaría tallos flexibles, cutículas finas y escasos estomas”.

El estudio abre así nuevos horizontes sobre la antigüedad y el papel de las plantas acuáticas en la diversificación inicial y dominio final de las plantas con flor en la vegetación mundial.

El ‘abominable misterio’ de las plantas con flor

El origen de las plantas con flor es una cuestión largamente debatida entre los paleontólogos, a la que el propio Darwin se refirió como “el abominable misterio”.

Algunos estudios de las plantas con flor actuales designan los nenúfares como las plantas acuáticas más primitivas, fijando su registro fósil a partir de 115 millones de años.

La análisis de Montsechia indica a los autores que las plantas acuáticas eran localmente abundantes en una etapa muy inicial de la evolución de las angiospermas, y que los hábitats acuáticos debieron jugar un papel importante en la diversificación de algunos linajes primitivos.

Análisis detallado

Montsechia se preserva como “momias de cutículas”. Los investigadores extrajeron estas de la roca añadiendo ácido clorhídrico gota a gota.

Los ejemplares fueron primero preparados en una solución de ácido nítrico con clorato de potasio y posteriormente en un baño de agua con algunas gotas de amoniaco. Los detalles de su anatomía y microestructura fueron observados en microscopio óptico y microscopio electrónico de barrido.

Los resultados fueron publicados por un grupo internacional en el que participan miembros del equipo que estudia el yacimiento de Las Hoyas como parte de un proyecto i+D de Excelencia dirigido por la Dra. Ángela D. Buscalioni, del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).



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