Su agonía empezó en pleno vuelo. Cuando su cuerpo se impactó contra el suelo, en terreno de los páramos cercanos a la laguna de Salayambo, en Napo, tenía las alas extendidas, una munición alojada en la extremidad derecha y orificios de entrada y salida de disparos que le causaron hemorragias.

Era Felipe, el primer cóndor silvestre del Ecuador liberado con un rastreador satelital y dos bandas alares que proporcionaron información sobre su especie nunca antes recopilada en el país. Fue hallado muerto el pasado 12 de abril, 17 días después de ser víctima de la caza ilegal.

Ocurrió tras ocho meses de haber recobrado su libertad en la Reserva Antisanilla, 48 km al sureste de Quito, a 4.000 metros de altura, y donde habitan 29 cóndores andinos. Esa población equivale a más de la mitad que sobrevive en estado silvestre en el país –50 individuos–, fuera de los 19 que están en cautiverio en otras reservas.

Rutas y elevación de vuelo, desplazamientos y dormideros donde se reproduce y anida esta ave en territorio nacional son parte de la lista de hallazgos sobre el cóndor andino (Vultur gryphus), que desde el año 2000 se encuentra en la categoría de peligro crítico en el Libro rojo de las aves del Ecuador.

La ministra del Ambiente, Lorena Tapia, señaló el martes que existen pistas de los posibles responsables de la muerte de Felipe, que podrían ir a prisión hasta por cinco años, de acuerdo con lo establecido en el Código Penal. Este Diario solicitó información adicional al Ministerio del Ambiente (MAE), pero hasta el cierre de esta edición no había sido remitida.

Hernán Vargas, ornitólogo y líder del Programa de Investigación y Monitoreo Ecológico del Cóndor Andino del Ecuador, que es financiado por The Peregrine Fund, institución de la que es investigador científico, cree que el problema de conservación del cóndor es más grave en el país que en sus pares andinos, donde no está en peligro de extinción, por el efecto de área o superficie. “Ecuador tiene un área reducida, el tamaño del hábitat del cóndor –el páramo– también es reducido en comparación con otros países andinos. A esto se suma que Ecuador tiene la densidad poblacional (55,8 habitantes por kilómetro cuadrado) más alta. Estos dos factores combinados hacen que la probabilidad de encuentro/interacción entre humanos y cóndores sea más alta, lo que aumenta también el riesgo de mortalidad para los cóndores”.

Disfrutando de su libertad, Felipe visitó, entre otros espacios, cinco reservas naturales y en su recorrido más largo sobrevoló el Parque Nacional Sangay.

Más vuelos como este podrían haberse registrado, pero Felipe dejó de moverse a las 18:17 del 26 de marzo. Fue la noche del 11 de abril cuando lo evidenciaron por el sensor de mortalidad del rastreador satelital, por lo que Vargas junto con Andrés Ortega, médico del Hospital Veterinario de la Universidad San Francisco, y Sebastián Kohn, biólogo y representante del Centro de Rescate Ilitío, todos miembros del Grupo Nacional de Trabajo del Cóndor Andino (GNTCA), salieron a buscarlo esperanzados, porque en dos ocasiones anteriores esto había ocurrido, pero hallaron su cuerpo sin vida.

Kohn dice que en el sitio no existe ninguna autoridad, por lo que “no se sabe cuántos cóndores morirán al año”.

Para Juan Manuel Carrión, director de la Fundación Zoológica del Ecuador, secretario del GNTCA y quien también participa en el proyecto de investigación y monitoreo de cóndores, su muerte “ha sido un golpe muy duro” y da cuenta de que “no hay futuro para la especie”. Durante los quince meses en los que Felipe y cuatro nidos fueron encontrados se registraron cuatro asesinatos de estas aves. “Estamos hablando del 8% de la población que ha muerto en forma violenta”, señala.

Una de las dificultades para preservar la especie es la falta de un censo dentro y fuera del Sistema Nacional de Áreas Protegidas. Además, los expertos consultados resaltan la necesidad urgente de una campaña de sensibilización ambiental dirigida a las comunidades remotas de los páramos, donde se atenta contra los cóndores por las percepciones negativas que se tienen sobre ellos, como que al ser aves rapaces matan al ganado, cuando en realidad solo podrían atacarlo, ya que no tienen garras fuertes para herir de muerte.

En estos territorios se los asocia, además, con malos augurios, pero también hay quienes “no saben que existe el cóndor. Ven un ave muy grande, la llaman buitre, creen que es un gallinazo y hasta por curiosidad les disparan, para averiguar, una vez que ha caído, qué mismo es”, lamenta Carrión, quien destaca que en las zonas urbanas, “a través de las redes sociales, la opinión pública más bien se mueve, le choca este tipo de actitudes, le indigna, reclama y está comprometida con la conservación”.

Tanto él como Andrés Ortega sugieren, por ejemplo, que el MAE impulse acuerdos de compensación con los comuneros de los páramos que vean afectado a su ganado por algún ataque de cóndores, para que no opten por matar al ave de los Andes.

La falta de presupuesto es otra de las trabas para generar conciencia sobre la importancia del cóndor andino. “Aquí hay una suerte de buena voluntad de muchas personas e instituciones que trabajamos con el cóndor (…). Nunca vamos a llegar a los niveles que se requerirían y que de pronto el MAE, el Gobierno, sí podrían asignar”.

En el 2009, cuando el GNTCA elaboró la Estrategia de Conservación del Cóndor, que ese Ministerio respaldó, se fijó el monto requerido para las campañas in situ y ex situ, pero estas aún no han sido implementadas.



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