La aparición esta semana de un lomo blanco en las aguas del río Támesis, cerca de Londres, dejó desconcertados a los científicos: se trataba de una ballena beluga, que ha recibido el apodo de Benny.

Es un ejemplar muy joven, que por ahora nada y se alimenta con normalidad; pero que se encuentra en el lugar equivocado. Las belugas son animales muy sociales, blancos, conocidos por los intensos sonidos que emiten. Y normalmente viven en las aguas heladas del Ártico, salvo una pequeña población aislada que habita más al sur, en Canadá, en el estuario del río San Lorenzo.

Ballenas

Curiosamente, los científicos también se han topado con otro cetáceo perdido entre esa población. En medio de una manada de belugas del río San Lorenzo, los oceanógrafos locales detectaron hace unos meses un lomo de otro color, en este caso grisáceo, y recientemente confirmaron que se trataba de un narval, el cetáceo conocido por su largo colmillo frontal, que le convierte en una especie de unicornio marino.

Este narval se encuentra también en el lugar equivocado, porque es una especie que siempre vive en el Ártico. Robert Michaud, director del Grupo para la Investigación y Educación sobre Mamíferos Marinos (GREMM) de Tadoussac, ha explicado que, tras meses de observaciones, tiene claro que ha sido adoptado por el grupo. «Lo están tratando como uno de los suyos», ha declarado, lo que resulta desconcertante por muchos motivos, entre otros porque las técnicas de caza de las dos especies son diferentes.

Esta adopción representa una prueba más de la capacidad de empatía que muestran muchos animales, desde los lobos hasta los elefantes o los delfines, una característica que hasta hace poco solo se identificaba con los humanos. Lo que nadie puede explicar es el motivo por el que estos ejemplares se encuentran tan al sur de su territorio habitual, aunque el cambio climático es una hipótesis poderosa.

Pese a que, desde el relato bíblico de Jonás hasta Moby-Dick, esos inmensos mamíferos marinos nos fascinan, sabemos muy poco sobre ellos. Pero la historia de estas ballenas perdidas es una poderosa metáfora de una naturaleza que cambia a mayor velocidad de lo que somos capaces de comprender, mientras vamos empujando a las especies con las que compartimos el planeta hacia territorios que todos desconocemos.

Fuente: EL PAÍS / GUILLERMO ALTARES,

Artículo de referencia: https://elpais.com/elpais/2018/09/29/opinion/1538231165_713029.html,



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