La situación "excepcional" que reina desde 2012 en el entorno de los Ojos del Guadiana, cuando volvieron a manar tras 30 años secos, se podría revertir si la bonanza hídrica no continuara y sin una adecuada gestión del agua, "sobre la que han corrido -nunca mejor dicho- ríos de tinta".

El Jefe de Área de Hidrogeología Aplicada del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), Miguel Mejías, ha advertido de que "pese a que en los últimos años el acuífero 23 ha recuperado más de 18 metros, para llegar a su estado óptimo se deberían sumar otros tres metros", o lo que es lo mismo, unos 400 hectómetros cúbicos más de volumen de agua almacenado.

"Y esos últimos metros cercanos a la superficie -ha explicado- son los más difíciles de recuperar, porque se produce una evapotranspiración que hace la recarga más lenta y dificultosa".

Sin los aportes hídricos superficial y subterráneo a causa de la sequía extrema y de décadas de sobreexplotación del acuífero, en la primavera de 1983 estas "fuentes" del Guadiana, que constituyen además el principal aporte de agua al Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, dejaron de aflorar a la superficie.

Hubo que esperar a diciembre de 2009 para que el inicio de un periodo de lluvias en la zona, junto a las medidas extraordinarias adoptadas desde la administración con respecto al uso del agua, acabaran con una tendencia que se creía irreversible y devolvieran al río Guadiana parte de su vitalidad.

En enero de 2012 afloró de nuevo el agua del subsuelo, que ahora puede verse manar a borbotones a lo largo del cauce hasta su corriente natural; fue el fin de un triste episodio "en el que se llegó a temer un incendio generalizado del subsuelo", ha recordado Mejías.

En otoño de 2009, el humo del incendio en las turberas salió a la superficie en una especie de "quema de cenizas que no deja salir llamas al exterior, pero consume el suelo poco a poco, como un cigarro", ha explicado.

Las turberas son formaciones rocosas parecidas al carbón que se crean por acumulación y degradación biológica y físico-química de grandes cantidades de vegetación.

"En esta zona, muy llana, el agua discurre de forma lenta y acumula estas plantas que se transforman en turba de entre dos y cuatro metros de espesor, como un armazón natural", ha añadido el responsable de aguas subterráneas del IGME.

Así, "cuando esta turba está totalmente seca porque el nivel freático está muy por debajo de lo normal, se produce un agrietamiento en el terreno, entra el aire, oxida la materia orgánica y la turba entra en combustión".

Miguel Mejías ha alertado además de que los daños en el ecosistema no finalizan cuando la turba vuelve a estar húmeda y se detiene combustión, ya que "la quema produce vaciados y es posible que se produzcan colapsos en el terreno", un accidente natural que "puede volver a ocurrir".

Por eso, el experto ha insistido en la necesaria gestión integral de los recursos hídricos que logre el "equilibrio entre el aprovechamiento socioeconómico de las aguas y la buena situación natural"."Evidentemente -ha matizado- es necesario que el agua se aproveche, porque es el medio de vida de mucha gente y da lugar a que se fijen poblaciones y haya desarrollo social, pero por otro lado está el respeto al medio ambiente y a unas condiciones naturales que son únicas y especiales en este entorno".

En su opinión, las administraciones hidráulica y de medio ambiente "deben tomar las medidas oportunas de gestión y control" y no dejarse engañar por unos años de "recuperación espectacular".



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