Otras formas de contaminación menos visibles

Episodios terriblemente llamativos como la ballena muerta en Noruega que tenía 30 bolsas de plástico en el estómago despiertan temporalmente la conciencia sobre la polución marina. Alertan de que los mares no son ese pozo sin fondo para acumular porquería que algunos pensaban. El océano sí tiene fondo, y también está contaminado por la acción del hombre. Literalmente. Las fosas de las Marianas tienen niveles "extraordinarios" de compuestos usados en electrodomésticos.

El horizonte aparece sombrío y lleno de porquería. Un estudio reciente señalaba que el 97% de las especies marinas analizadas en la región del Pacífico había ingerido plásticos. "Lo tiramos al mar, pero siempre vuelve a nosotros. En el camino mata pájaros y peces, y acabará por intoxicarnos. Siempre vuelve", argumentaba, lúgubre, Cyril Gutsch. Este diseñador se ha propuesto acabar con el plástico. Pero mientras tanto propone reusarlo y reciclarlo. A través de su iniciativa Parley, que lo reutiliza, por ejemplo, en zapatillas Adidas, pretende que se deje de usar el plástico virgen en 10 años y el reutilizado en 20. Otra solución radical para que no acabe en el mar es prohibirlo de una u otra manera.

Lo primero es la concienciación, claro. Pero como la preocupación dura poco, hay veces que son necesarias estas medidas, según Nancy Wallace, del programa antirresiduos marinos del Departamento de Comercio de Estados Unidos. Canadá prohibirá el uso de microplásticos (trozos menores de 5 milímetros) en productos cosméticos como los dentífricos o ciertos exfoliantes de la piel el año que viene. Francia pretende vetar los vasos, platos y cubiertos de plástico de usar y tirar (no reutilizables) en 2020. Incluso países africanos como Ruanda o Kenia han desterrado las bolsas de plástico.

En cualquier caso, los restos de plástico y la descarga en el mar de otros objetos y cuerpos extraños (otros materiales, redes de pesca abandonadas…) son el problema más visible de la contaminación marina, pero ni mucho menos el único. Hay otras formas de polución que están alterando los ecosistemas marinos, los ciclos vitales y la composición de las aguas. De entre estas, una de las peores es la que se ha llamado "nutrificación".

El exceso de fertilizantes, abonos o pesticidas en la agricultura es dañino para la tierra que se cultiva, pero además, suele acabar yendo a parar al mar. Allí también van las aguas fecales. Todos estos vertidos con altas concentraciones de fósforo y nitrógeno alteran el equilibrio marino y disparan la población de algas, que al morir, consumen grandes cantidades de oxígeno. El resultado es lo que se llaman "zonas muertas". Áreas marítimas (o lacustres) hipóxicas donde peces y otras especies marinas no pueden sobrevivir. Ya hay localizadas unas 500 en todo el mundo. En el mar Báltico o el golfo de Bengala hay graves problemas con la superabundancia de nutrientes.

Caso parecido, pero distinto, es el de la acidificación. Un fenómeno más complejo, y a la vez más global, porque tiene que ver con la madre del cordero del cambio climático: la emisión de CO2 a la atmósfera. El aire contacta con los mares, y con el crecimiento de las emisiones de carbono, también ha aumentado la cantidad de este disuelta en el océano.

El resultado: aguas que se vuelven cada vez más ácidas a un ritmo vertiginoso, el mayor en 65 millones de años según varios estudios. Esa acidificación de su medio natural provoca cambios en el comportamiento, daños en los órganos o menor crecimiento en algunas especies de peces tan comerciales como el arenque, el bacalao atlántico o el atún de aleta amarilla. También afecta a la formación de conchas por parte de las ostras, o amenaza los arrecifes de coral, como explicaba Martina Stiasny, de la Universidad de Kiel (Alemania).



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