Las plantas en la ciudad viven en condiciones más precarias que en su medio natural, lo que las hace más débiles y menos resistentes a las agresiones. Los ciudadanos, por su parte, utilizan los parques públicos como espacio para múltiples actividades, algunas de ellas poco compatibles con la buena conservación de los espacios vegetales. Compaginar estos dos intereses es una tarea a largo plazo que requiere una buena educación cívica de los usuarios. No obstante, existen diversos instrumentos que contribuyen a salvaguardar la integridad del verde urbano, desde programas de sensibilización hasta medidas específicas de protección para los ejemplares vegetales de gran valor.

La medida más eficaz para preservar el patrimonio verde de la ciudad es la prevención y protección de sus elementos más importantes, que suelen ser árboles de gran valor ecológico, estético o histórico insustituibles, ya sea porque son poco frecuentes, de gran belleza, centenarios, o porque forman parte de la memoria colectiva y de la historia urbanística de su entorno. El ayuntamiento de Barcelona inició la catalogación sistemática de los árboles de valor especial, que pasaron a protegerse automáticamente y que bajo ningún concepto pueden ser trasplantados, eliminados o mutilados.

La norma Granada también ayuda a proteger el arbolado. Esta norma, que se estableció en 1990 en una reunión celebrada en Granada con el apoyo de la UNESCO, ha sido adoptada por diversos ayuntamientos españoles con rango de norma de cumplimiento legal. Se trata de un sistema que permite establecer el valor económico de un árbol que resulte dañado por accidente, vandalismo u otros factores, o bien que esté afectado por obras en la vía pública. De este modo, la persona o entidad que produzca el daño está obligada a resarcir de la pérdida del ejemplar mediante la restitución del valor económico del árbol afectado. El principio de la norma es que cada árbol es parte del patrimonio natural de la ciudad y, como tal, propiedad común de todos los ciudadanos. Los precios que determinan el precio del árbol son: edad, rareza de la especie, grado de desarrollo, probabilidad de éxito en la replantación, velocidad de crecimiento, significado histórico si lo hay, etc. Las especies se agrupan en tres categorías básicas: palmeras, frondosas y coníferas, con distintos baremos de valoración. El precio real del ejemplar afectado, ya sea total o parcialmente, es proporcional a la dificultado imposibilidad de sustituirlo por un nuevo ejemplar.

El vandalismo afecta a los espacios públicos urbanos con tanta o más intensidad que cualquier organismo lesivo proveniente de la naturaleza. Existen dos tipos de vandalismo: el sistemático, de características graves por su capacidad destructora, y otro que podría llamarse recreativo en el sentido que es una forma brutal e incívica de pasar el rato. Uno y otro son igualmente problemáticos para el verde urbano público, ya que se ceban en los elementos de mobiliario urbano; fanales, bancos, papeleras, fuentes, juegos infantiles, instalaciones y, por supuesto, en las plantas. Las estrategias para evitarlo son complementarias: reemplazar los elementos dañados de forma inmediata para borrar la huella de la acción y mermar la satisfacción del daño producido, atacar las causas sociales que lo generan y, finalmente, incrementar la vigilancia de los espacios públicos con autoridad suficiente para imponer sanciones disuasorias.

  • Estrategias para evitar el deterioro del verde. La mejor medida de protección es la complicidad de los ciudadanos. Los espacios muy utilizados se conservan mejor que aquellos que lo son menos, porque son los mismos usuarios quienes se encargan de vigilar un parque que consideran propio.
  • Evaluación de la calidad. El uso de un espacio verde está condicionado a múltiples factores relacionados con su ubicación, servicios, horarios de apertura, etc. La calidad de la conservación también afecta mucho al objetivo del espacio verde: su disfrute por parte del ciudadano. La buena conservación de los cultivos y de las instalaciones aporta una serie de ventajas que se resumen en costos más bajos al evitar la reposición de cultivos y, sobre todo, satisfacción del ciudadano. La calidad no es fácil medirla, ya que se ve afectada por múltiples variables independientes de los programas que se planifiquen: un cambio climático, una sequía, condiciones propicias a la propagación de plagas, influencia anormal del vandalismo, etc. Sin embargo, siempre es conveniente establecer programas de control de la calidad. El conocimiento de la calidad puede efectuarse según dos criterios:
    • Control de realización sobre los servicios programados. Conviene realizar algunas inspecciones aleatorias que resuman el grado de realización y la calidad con que se han hecho, estableciendo cinco grados de ponderación que irán desde una calidad pésima a un nivel óptimo. Este sistema se puede desglosar en varios factores como:
      • Estado de la maquinaria y herramientas: filos, ruido, humos, imagen, etc.
      • Método operativo: productividades, dosificaciones, etc.
      • Aspectos medioambientales, gestión de residuos, uso de herbicidas, etc.
      • Otros.
  • Control real sobre la situación de los cultivos. Se hace una tabla de muestreos que defina los espacios concretos a controlar y la definición exacta de los aspectos y detalles técnicos. Las características concretas dependerán del cultivo pero, a modo de ejemplo, pueden indicarse:
    • Arbustos. Hierbas indeseadas, ramas fuera de la estructura, humedades, follaje deteriorado o seco, etc.
    • Vivaces. Calvas en la plantación, malas hierbas, suciedad, etc.
    • Otras.



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