El ecosistema humano se ha segmentado formalmente en áreas protegidas y en el resto de áreas no hay consideraciones específicas sobre este tema.

Las áreas urbanas también tienen desarrollados planes de tratamiento de los espacios verdes que significan una vía de naturación de estos problemáticos espacios.

El resto del patrimonio natural, la mayor parte de la superficie terrestre, queda escasamente considerado, desde el punto de vista de su protección ambiental, aunque los Planes de Ordenación Urbano y otras herramientas de planeamiento del territorio han puesto en muchos casos, bases sólidas para fomentar su preservación.

La información y el conocimiento profundo de la realidad ambiental que nos rodea constituye hoy en día uno de los elementos esenciales a la hora de tomar decisiones y de indagar políticas orientadas a la conservación y a la mejora del medio y de nuestro patrimonio natural.

En el caso concreto del patrimonio natural no considerado formalmente como protegido, esta tarea resulta todavía más compleja, a causa de la multiplicidad de metodologías existentes, del poco conocimiento sistemático de fauna y flora, de la complejidad de las variables cuantitativas y de la especificidad de las relaciones espaciales y temporales de los diferentes elementos que integran el medio.

El estudio y objetivación de los conceptos que definen el valor de este patrimonio natural son importantes y su técnica novedosa es incipiente. La valoración del patrimonio natural sirve para propósitos muy diversos.

Uno de los más claros es la necesidad de establecer prioridades, una obligación que tienen tanto los poderes públicos como las organizaciones conservacionistas a la hora de configurar sus políticas y sus programas o a la hora de emprender actuaciones. Desde un ayuntamiento que elabora su plan de urbanismo, hasta los organismos internacionales cuando conviene qué hábitats o qué especies merecen protección.



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