Esta enfermedad, conocida generalmente como hepatitis infecciosa canina, es una afección característica de los cánidos, presente en perros, lobos o zorros, que también afecta a otros grupos como los mustélidos y que se ha detectado y diagnosticado en algunas ocasiones en osos polares, negros y pardos de Europa y Norteamérica, tanto en cautividad como en libertad.

Cabe recordar que, tras su localización por parte de unos paseantes en la población lacianiega de Rabanal de Arriba, se organizó un operativo para la recuperación del cadáver en el que participaron miembros del Seprona, agentes de la Guardia Civil adscritos al cuartel de Villablino, agentes forestales de la Junta de Castilla y León y vigilantes de la FOP, y que en los dias posteriores se rastreó exhaustivamente por los alrededores en búsqueda de veneno, contando para ello con perros de la Guardia Civil adiestrados específicamente para este fin.

La infección por el virus provoca una hepatitis aguda, que se caracteriza por una rápida progresión. En algunos casos puede producir la muerte, sobre todo en individuos jóvenes, aunque son muchos los animales que se recuperan espontáneamente. El contagio se produce a través de la orina, heces o saliva de animales infectados, incluso meses después de su recuperación. La presencia de anticuerpos a esta enfermedad es habitual en poblaciones de cánidos silvestres de muchos países, llegando por ejemplo en Escandinavia al 59,6% de los zorros y 67,7% de los lobos.

Se ha descrito la muerte de varios osos negros en un brote epizoótico producido en Estados Unidos, aunque la mayor parte de los casos conocidos en osos son ejemplares aislados. En Alaska se han encontrado anticuerpos en el 12% de la población de osos grizzlies, que se eleva hasta el 29% en la isla de Kodiak.

La aparición del oso muerto en Villablino por esta enfermedad no parece en principio un problema de especial gravedad desde el punto de vista sanitario para la población osera. En todo caso, merece atención ya que se trata de la primera vez que se detecta la enfermedad en osos cantábricos, y que ha producido además la muerte de un macho adulto y en aparente buen estado. Parece aconsejable analizar a partir de ahora cualquier muestra de oso pardo disponible en el futuro para evaluar la presencia de anticuerpos en sangre y avanzar en el conocimiento de esta enfermedad en los osos cantábricos. Igualmente, en el marco de los programas de seguimiento sanitario de las especies silvestres desarrollados por las comunidades autónomas cantábricas, sería muy interesante investigar la presencia de la enfermedad en las poblaciones silvestres de cánidos y otras especies. Del mismo modo, también sería aconsejable considerar la presencia de esta enfermedad en los correspondientes protocolos de manejo y tratamiento veterinario de los osos que sean capturados o recogidos para su recuperación y posterior liberación en la naturaleza.



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