El trabajo, fruto de un análisis exhaustivo y publicado en la revista Marine Policy, pone de relieve la insostenibilidad de la pesca de altura.

Titulado “Sostenibilidad de la pesca de altura”, se publicó con antelación a la decisión de las Naciones Unidas relativa a si seguirá estando permitida la pesca de altura en aguas internacionales, lo que dicho organismo define como alta mar.

Los investigadores resaltan que las frías profundidades marinas no son propicias para las criaturas marinas. La luz solar, fundamental para la fotosíntesis, no llega hasta allí. El alimento es escaso y los procesos biológicos tienen lugar "a cámara lenta" en comparación con lo que sucede en los estratos superficiales de los mares.

Indican que, aunque algunos de los peces que habitan esas zonas pueden vivir más de 100 años, y algunos corales hasta 4 000 años, las criaturas que se han adaptado a vivir en esas aguas se repueblan en escalas de tiempo superiores a las humanas. Por si fuera poco, estos animales se encuentran acosados por las potentes tecnologías de pesca disponibles en la actualidad.

“Las profundidades del mar son el peor lugar del mundo para pescar”, arguyó el primer firmante del trabajo, el Dr. Elliott Norse, director del Instituto de Conservación Marina de Bellevue, Washington (Estados Unidos). “Los peces bentónicos son especialmente vulnerables porque, si son víctimas de una sobrepesca, no pueden repoblarse con rapidez.»

El equipo científico, formado por especialistas en ecología marina, biología pesquera, economía, política internacional y matemáticas, asegura que menos del 1% de los productos del mar consumidos en el planeta proceden del mar profundo. La pesca de arrastre prosigue a pesar de esta cifra, ocasionando daños considerables en las poblaciones de peces y en la vida en general en el lecho marino.

Desde hace casi cuarenta años, las flotas pesqueras comerciales se adentran cada vez más en los mares como consecuencia de la sobreexplotación de las pesquerías costeras.

“Dado que estos peces crecen con lentitud y son muy longevos, sólo pueden soportar un ritmo de pesca muy lento”, aseguró otro de los autores, la Dra. Selina Heppell, especialista en ecología de la pesca marina en la Universidad Estatal de Oregón (Estados Unidos). “En alta mar resulta imposible controlar o incluso hacer un seguimiento de la intensidad de la actividad pesquera. Los efectos sobre las poblaciones locales pueden ser devastadores”.

Entre los peces más afectados por la pesca de altura se encuentran el tiburón, el reloj anaranjado, el granadero y la maruca azul. El reloj anaranjado, por ejemplo, tarda cerca de 30 años en alcanzar la madurez sexual y puede vivir 125 años.

“Hace 50 años nadie comía reloj anaranjado”, señaló el Dr. Daniel Pauly, especialista en biología pesquera de la Universidad de British Columbia (UBC, Canadá). “De hecho, en inglés se les solía llamar "slimeheads" (cabezas babosas), lo que denota que a nadie se le ocurrió que pudiera comerse. Pero a medida que hemos esquilmado las especies costeras, han cambiado las tornas y también el nombre”.

Según informa el Dr. Malcolm Clark, del Instituto Nacional de Investigación Hídrica y Atmosférica de Nueva Zelanda: “La pesca del reloj anaranjado empezó en Nueva Zelanda y aumentó rápidamente a lo largo de las décadas de 1980 y 1990. Pero la mayoría de las pesquerías fueron objeto de la sobrepesca, por lo que muchas se han clausurado o las capturas han disminuido bruscamente. El proceso se ha repetido en Australia, Namibia, el suroeste del Océano Índico, Chile e Irlanda. Queda patente la vulnerabilidad de las especies de peces de las profundidades marinas a la sobrepesca y el riesgo de destrucción de sus poblaciones”.

El Dr. Norse comentó: “La pesca de altura sólo puede ser sostenible allí donde la población explotada crece con rapidez y siempre que la pesquería conserve un tamaño pequeño. Además deben emplearse artes que no destruyan los hábitats de los peces. En el caso de los peces de crecimiento lento, desde el punto de vista económico conviene más agotar el recurso e invertir el dinero en otro lugar donde rinda más. Aniquilar la vida de un ecosistema marino profundo tras otro no es beneficioso ni para los océanos ni para las economías. Las "burbujas pesqueras" se asemejan más a la minería que a la pesca propiamente dicha”.

En el estudio participaron también especialistas de Canadá, Alemania, Portugal, España, Suiza y Reino Unido.



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