Es sabido que para la mayoría de las actividades humanas el agua es un recurso indispensable. El problema ocurre cuando estas tareas, como por ejemplo la agricultura o la minería, aumentan la concentración total de sales inorgánicas disueltas (es decir, la salinidad secundaria) en las aguas llamadas dulces, que son aquellas que no son marinas. El proceso de adquisición de sales en un ecosistema acuático se denomina “salinización”.

Este incremento de la salinidad puede tener efectos adversos en la salud humana, aumenta los costos de tratamiento de agua para el consumo humano y daña la infraestructura, al mismo tiempo que reduce la biodiversidad de agua dulce, altera las funciones del ecosistema y afecta finalmente el bienestar económico.

“Las sales son compuestos formados por cationes, que son partículas con carga positiva, enlazados a aniones – partículas con carga negativa – y que tienen la particularidad de conducir la corriente eléctrica. El agua acumula naturalmente cationes típicos tales como sodio, potasio, calcio y magnesio, y aniones típicos como carbonato, bicarbonato, cloruro y silicato”, explica Hugo Fernández, investigador adjunto del CONICET en el Instituto de Biodiversidad Neotropical (IBN, CONICET-UNT) y autor de un trabajo publicado recientemente en la prestigiosa revista Science.

En el estudio participó también Ana González Achem, becaria doctoral del CONICET en el IBN, junto con investigadores de otros siete países. Allí, los autores aseguran que el aporte desmedido de alguno de estos por el hombre en los cuerpos de agua naturales produce desbalances no siempre conocidos.

“Es esencial, entonces, regular el aporte de sales al agua para proteger la biodiversidad y evitar que la actual situación se agrave en el futuro, ya que se prevé un aumento de la demanda de este recurso y en contraparte se reducirá la capacidad de las aguas superficiales para diluir las sales”, agrega Fernández.

Si bien puede existir legislación y reglamentos sobre la calidad del agua, estos se centran en el agua de riego y potable, pero no protege necesariamente la biodiversidad. Es decir, el agua con algunas sales que puede ser apta para consumo puede sin embargo afectar a muchas especies de invertebrados que habitualmente las toleran. Las normas de salinidad – considerando algunos iones y mezclas de iones – deben desarrollarse y establecerse en base a criterios ecológicos que protejan vida en los ecosistemas acuáticos.

En el reporte, los investigadores advierten sobre la necesidad de desarrollar enfoques integrados, establecer normas de desarrollo y gestión de sistemas potencialmente afectados por la salinización que incluya perspectivas como el cada vez más usado ‘triple resultado’ (triple bottom line o TBL). “Se busca así establecer opciones de gestión con un marco que incluya el desarrollo social, impactos económicos y ambientales”, comenta González Achem. Esto, sostienen en el trabajo, es ecológicamente significativo y debe servir para la protección con normas sobre salinización en cualquier jurisdicción.

Las acciones propuestas por este grupo de científicos de ocho países incluyen caracterizar las masas de agua a la cual se aplicarán las normas, determinar su composición iónica – es decir, las concentraciones de iones específicos y su relaciones – de los efluentes asociados, cuantificar los efectos potenciales de cada clase de efluente en la región e identificar umbrales para los efectos tóxicos y, finalmente “garantizar que las normas sean sostenidas por los mejores conocimientos científicos disponibles con la comprensión de los costes y beneficios”, analiza Fernández.

También, añaden, deben tomarse medidas para implementar acciones que pueden prevenir o remediar los daños asociados con la salinización del agua ‘dulce’, como dar incentivos para valores a través de instrumentos basados en el mercado, como las subvenciones para el desarrollo de la tecnología y su aplicación, que lleven a una reducción en el uso de agua en la agricultura; reducir o eliminar el uso de sales como anticongelantes en el pavimento; disminuir la producción de fuentes puntuales y la descarga de sales en aguas ’dulces’; implementar programas de límites máximos o desarrollar opciones de gestión específicas para los efluentes ricos en sales, entre otros.

“La cooperación internacional y científica necesita el intercambio de conocimientos para el desarrollo de soluciones que se pueden aplicar a nivel mundial. La rehabilitación de ecosistemas de agua ‘dulce’ contaminados con sales es posible. Lograr una prevención de daños es mucho más probable si los gestores del agua, las partes interesadas, y científicos trabajan juntos para identificar los servicios sociales, costes económicos y ecológicos y los beneficios que pueden derivarse de la prevención y restauración”, concluyen Fernández y González Achem.



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