El número de personas hambrientas, lejos de disminuir, continúa creciendo.
Por José Luis Ordoñez
afemadeiu@ordoniez.org
José Luis Ordóñez es coordinador del Área Federal de Ecología y Medio Ambiente de IU.
Madre e hijo en Nigeria / UNICEF
Pasan hambre más de 950 millones de personas, el 15% de la humanidad, y cada año se producen 6 millones de muertes de niños menores de edad a causa de la desnutrición, en un mundo que abunda en alimentos porque en el conjunto del planeta se producen en cantidad suficiente.
Al tiempo, los organismos internacionales se reúnen en cumbres, reflexionan, consensúan y determinan políticas supuestamente encaminadas a erradicar el hambre. La más reciente se produjo en España, en Madrid, los días 26 y 27 de enero de 2009.
También muchas ONG y agencias de desarrollo intentan impulsar estrategias para combatir el hambre y la desnutrición. Pero contrariamente a lo que cabría esperar de la cantidad de esfuerzos y recursos empeñados, el número de personas hambrientas, lejos de disminuir, continúa creciendo, y aún más en este momento de crisis económica integral: financiera, inmobiliaria, energética, alimentaria,…
"Un factor clave es el desarrollo de agriculturas locales, orientadas a circuitos cortos de comercialización"
De ahí que el Área Federal de Ecología y Medio Ambiente de IU promueva, dentro de esta organización política, en los movimientos sociales y en la sociedad en general, criterios de producción y consumo alimentarios que eliminen las amenazas del hambre y de la pérdida de salud.
El citado Área toma en consideración que las necesidades básicas de los seres humanos son la salud (estado de completo bienestar físico, mental y social) y la autonomía (no depender de las demás personas), con el objetivo universal de participar satisfactoriamente en la vida social.
Y asume que cubrir esas dos necesidades básicas exige de alimentación y agua adecuadas, lo cual exige a su vez una producción agroalimentaria sostenible económica y ambientalmente, accesible y equitativa, justa y solidaria, y capaz de alcanzar altos niveles de salubridad y calidad.
“No se puede considerar la alimentación desde el punto de vista exclusivo de los intereses de la gran industria, sino desde el de la ciudadanía”
También exige otras condiciones igualmente básicas como acceso a la vivienda, ambiente físico, urbano y laboral sano, atención sanitaria apropiada, seguridad física y emocional, seguridad económica, enseñanza básica, embarazo y nacimiento seguros, reproducción y cuidado, actividad productiva, creación y transmisión cultural, y organización política participativa.
Considerando todo lo que está en juego, es preciso valorar los múltiples impactos que cada política alimentaria tiene sobre todas las actividades implicadas -producción, distribución y consumo- así como sobre el medio ambiente y la vida social.
No se puede considerar la alimentación desde el punto de vista exclusivo de los intereses de la gran industria y la gran distribución, sino desde el de la ciudadanía corrigiendo el desconocimiento existente sobre la realidad de lo que se produce, cómo se produce, la tecnología utilizada, los impactos ambientales, a quién incluye, a quién excluye y por qué.
“En un mundo amenazado por el cambio climático hemos de ser capaces de definir criterios orientados a la sostenibilidad”
No debemos olvidar que se está promoviendo y protegiendo toda una gama de productos alimentarios de alta calidad y alto coste, de forma que puede acabarse plasmando una alimentación a dos velocidades: una alimentación de calidad y diversificada para los grupos sociales con mayor poder adquisitivo y una alimentación poco diversificada, de baja calidad e incluso escasa para las capas desfavorecidas. La calidad alimentaria no debe ser un criterio de distinción sino un derecho universal.
Niño en Nigeria / UNICEF
Es necesario reclamar la prioridad de la protección ambiental en cualquier política alimentaria. En un mundo amenazado por el cambio climático y sus consecuencias sobre las zonas agrícolas más vulnerables, hemos de ser capaces de definir criterios orientados a la sostenibilidad global de las actividades agroalimentarias más que a la mera protección del territorio, estableciendo pautas de control del conjunto de variables que inciden en el impacto ecológico, desde el ahorro energético hasta el ahorro de agua pasando por la gestión integral de los residuos.
Un factor clave es el desarrollo de agriculturas locales, orientadas a circuitos cortos de comercialización, prestando especial atención a las bases productivas de cada territorio, puesto que producir y distribuir las mercancías alimentarias mediante la producción agroindustrial a gran escala y con destino al mercado internacional, incrementa la especulación en los precios de los alimentos y la concentración de tierras, recursos agrícolas y alimentarios, en muy pocas manos, mientras empobrece a los pequeños productores y condena a la desnutrición y al hambre a millones de personas de los países más desfavorecidos.
Es pues evidente que la seguridad y la calidad alimentaria, la seguridad ambiental y la justicia social son tres elementos que han de convivir en armonía en las políticas alimentarias a impulsar. Así se conseguirán formas de producción favorables para todas las personas y no tendencias que a corto plazo nos conducen a la persistencia del hambre en el mundo, a medio plazo a graves crisis ambientales y a largo plazo a un futuro inquietante.
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