La limpieza de las ciudades no es sólo una necesidad estética sino también higiénica y de protección medioambiental.

Si damos una vista atrás, encontramos que en los siglos XV y XVI existían reglas de policía urbana compatibles con las costumbres de la época y que se inspiraban en los códices musulmanes. Era habitual la limpieza de las calles por los propios vecinos, el traslado ocasional de las basuras a las afueras de la ciudad y el reparto de los costes entre los ciudadanos.

Hacia el s.XVII se generalizó en España la contribución del clero y la nobleza, exentos hasta entonces, en el coste de la limpieza urbana, posibilitando las primeras contratas a mediados del s.XVIII. La limpieza y el barrido de las calles se realizaba semanalmente en las zonas centrales de las ciudades y con frecuencia quincenal en los barrios.

Estas actividades, unidas a las acciones de los ciudadanos, configuraban la estructura de los servicios de limpieza.

A inicios del s.XIX, la ocupación francesa y las profundas transformaciones sociopolíticas que la siguieron dieron entrada a una corriente higienista que fomentó la mejora de los procedimientos y exigencias medioambientales, y entre ellos los de la limpieza urbana. Pero con la profunda decadencia que experimentó el país posteriormente, estos avances sufrieron una congelación y retroceso que han persistido hasta los primeros años de este siglo.

Con la llegada del s.XX se inicia la organización y mecanización de las operaciones de limpieza urbana. En un primer momento se pusieron en marcha mecanismos arrastrados por caballerías, pero precisamente el propio caballo fue la causa de que se diese una mayor importancia a la limpieza urbana, ya que sus excrementos proliferaron de forma alarmante en la vía pública, un verdadero problema medioambiental y de calidad de vida que hizo preciso dotar a las ciudades de métodos más eficaces de barrido para retirar tanto residuo. Posteriormente, con el desarrollo de la industria automovilística por parte de Daimler, Ford, Royce, Peugot y otros, los vehículos de motor van tomando el relevo, que tiene lugar de manera definitiva a partir de la segunda década de siglo.

La tecnología se asienta en la limpieza viaria y surgen nuevos ingenios emulando a la barredora mecánica. El baldeo, el uso de agua a alta presión, el uso de la aspiración neumática y otras disciplinas, se ponen al servicio de los municipios para ayudar a resolver los problemas básicos de limpieza urbana que se les presentaban en aquellos tiempos.

Hoy en día, nuevos problemas medioambientales de mayor incidencia en la calidad de vida ciudadana y en la utilización equilibrada de los recursos naturales hacen que la limpieza urbana siga mereciendo una atención constante potenciada por las nuevas necesidades ciudadanas. La correcta gestión de estos servicios precisa de un tratamiento interdisciplinar, complejo y coordinado, de todos los diversos y variados aspectos que inciden en el ensuciamiento y en la limpieza de las ciudades españolas.



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